Segundo capítulo: pelea, y al fin un poco de
ambientación general. En el primero conocimos a Asshai, Hija de la Serpiente.
Hoy toca Phobos, Guerrero de Marte. Recordad que esta historia está
condensadísima... Todo lo que se nombra, es porque es relevante para la
historia, porque saldrá más adelante... Suerte viéndolo todo :)
2. Ha vuelto (primera parte)
-
Alto.
La orden se repitió a lo largo de toda la
columna; el grupo de aldeanos se detuvo. Argus Ethan, capitán de la guardia de
Baluarte, escudriñaba la oscuridad con la mirada.
Todos lo oían: un hombre gritaba a lo lejos.
Gritos de terror, súplicas de ayuda. Las madres abrazaron a sus hijos, los
maridos rodearon a sus esposas con sus brazos con gesto protector. Ahora que
acababan de abandonar su hogar, tras el horror del fuego, ¿con qué nuevos
peligros les acechaba la noche?
Phobos se encontraba junto a Runak, sobre
cuya espalda habían comenzado a viajar Naussyca y Asshai. Al ser más pequeñas,
se habían empezado a cansar antes, y el hombre árbol se había ofrecido a
llevarlas. Los cuatro se miraron.
-
A
las armas- ordenó Ethan- Todos alertas. Diez hombres, conmigo; el resto, aquí.
Encended una hoguera ya.
-
¡A
la orden!
Phobos se acercó hacia Argus Ethan mientras
manoseaba la empuñadura de su arma para hacerse a su pequeño tamaño. El
martillo era su arma predilecta, pero lo que había conseguido entre las ruinas
de Baluarte no había sido uno de batalla, sino la herramienta de trabajo de un
herrero. También se había hecho con un escudo de madera, improvisado con restos
de ventanas y puertas. Tendrían que servir.
Antes de que los guerreros se alejasen de los
aldeanos, los gritos los habían alcanzado.
-
¡¡Aaaaaahhh!!
¡¡Por piedad!! ¡¡Socorro, socorro, ayudaaa!!
Un hombre salió de la floresta. Corría con
todas sus fuerzas, tropezando y recuperando el paso frenéticamente, sin mirar
atrás. Su rostro, demudado por el terror. Su voz, desgarrada de gritar.
Tras él, el infierno.
Las mujeres chillaron, los aldeanos
retrocedieron, los animales de carga rebuznaron y comenzaron a cocear presas
del miedo.
-
¡¡A
las armas!! ¡¡Conmigo!!- gritó Argus Ethan.
Phobos no dudó ni un segundo antes de cargar
a la batalla.
Saltó como tan sólo un Guerrero de Marte
podía saltar: se alzó diez, quince metros en lo alto, y cayó frente a la marea
de criaturas; haciéndolas frenar ante la sorpresa. Antes de que se recuperasen
de la confusión, comenzó a blandir su martillo en todas direcciones, rugiendo
como el guerrero que era.
-
¡Joder
con el niño!- oyó tras él.
Antes
de que el resto se hubiera unido a él, ya tres enemigos habían caído.
Eran como… como humanos. Pero con la piel
gris. A los que se les hubieran arrancado las piernas. Que se movieran con unos
brazos muy musculosos. Y con una masa informe por cara. La verdad es que no
eran nada como humanos, pero Phobos no hubiera sabido muy bien cómo
describirlos sin usar la comparación.
Paró una carga con su escudo, o más bien,
golpeó una cara informe con él; después golpeó la sien de la aturdida bestia,
oyó el cráneo crujir. Cuando cayó sin vida, Phobos se vio de pronto rodeado de
aliados: varios aldeanos se habían unido a la batalla, guardias y civiles por
igual. La mayoría manejaban espadas; pero una mujer portaba una red en la que
atrapaba a sus enemigos antes de rematarlos, y otro tipo manejaba una jabalina
a corta distancia como si fuera un verdadero maestro… pero era el bardo al que
había visto tocar por la calle en Baluarte. Le vio lanzar la jabalina a lo
lejos: atravesó la cabeza de una criatura que iba a cargar contra Zacarías. Ni
rozó al alcalde. Phobos sintió una gran admiración ante tal puntería.
Uno de aquellos bichos saltó hacia el joven
guerrero: retrocedió, y cuando el enemigo tocó el suelo, descargó un furioso
golpe contra uno de sus brazos. El hueso se partió y la criatura, ahora con un solo
brazo para apoyarse, se desplomó. Otra lo agarró de la pierna, Phobos le dio
una patada en su cara informe y después le reventó la mandíbula. Pasó por
encima del bicho que aún se arrastraba con su brazo restante, y de pie sobre él
paró un ataque con el escudo: fue fuerte, y el escudo crujió resquebrajándose.
Sabiendo que no aguantaría; Phobos comenzó a golpear a varios enemigos con él,
usándolo de arma al tiempo que lo rompía y se desembarazaba de él. Empezó a ser
molestamente consciente del calor que hacía: echó de menos el hielo de Camino
Blanco bajo sus pies. Pero a pesar de comenzar a sudar, ni siquiera estaba
cansado. Cuando estuvo libre de su escudo; golpeó otra mandíbula, otro cráneo,
hundió un montón de costillas y aplastó la cabeza de la criatura que había bajo
él con su martillo ensangrentado. Cuando ésta dejó de moverse, continuó
avanzando.
Sentía fuego en el corazón. La sangre le
manchaba los brazos y el pecho desnudos, y había perdido su escudo, pero daba
igual. Aquel era su lugar: el fragor de la batalla.
Un rugido inhumano precedió a Runak, que
apareció cargando y derribando a varios enemigos a la vez. El enorme talle del
filo hacía que las criaturas, que se movían por el suelo tan sólo con aquellos
brazos, pareciesen ridículamente pequeñas. Peleaba con sus nudosas manos
desnudas, pero aquello no parecía traerle ningún problema.
Naussyca
volaba junto a él. Una de las criaturas dio un salto impresionante para ser una
criatura que se arrastrara, se alzó los dos metros que separaban a la grifo del
suelo, y trató de agarrarla. Ella chilló y se apartó, consiguiendo librarse de
su agarre, pero llevándose un buen zarpazo. Con una mueca de dolor, la grifo se
agarró el brazo y echó a volar hacia arriba, hacia arriba, alejándose de la
pelea.
De pronto surgió un destello de plata, y una
criatura que se había lanzado contra la espalda del filo cayó. Encaramada entre
los huecos de la corteza estaba la pequeña Asshai. Naussyca debía haber echado
a volar en la noche.
“Pero,
¿qué demonios hace?”, pensó Phobos.
No era fuerte, sino pequeña y débil. La iban
a matar. Emitió un gruñido de frustración e intentó abrirse paso hasta ellos
dos.
La niña se colgaba de la espalda del filo con
la mano izquierda y lanzaba tajos con su daguita a un lado y a otro con la
derecha. Tenía un alcance ridículo, y de llegar a provocar alguna herida, no
podía ser demasiado profunda. Y sin embargo ella no parecía buscar más: se
agazapaba, y esperaba que algún enemigo se le acercara lo suficiente como para
pincharle o hacerle un leve corte. ¿Qué clase de técnica era aquella?
Las criaturas no tardaron en ver un blanco
débil y comenzaron a arremolinarse a su alrededor. Uno se alzó sobre un brazo y
con el otro lanzó un zarpazo contra la baja espalda del filo: Asshai se
encogió, el ataque dio a Runak en la espalda, y éste se giró bruscamente en
busca de más enemigos.
El violento giro debió pillar a la niña
desprevenida, porque casi salió despedida, y quedó colgando cogida apenas con
los dedos. Pareció intentar subir, no conseguirlo, y decidir soltarse; pero se
apañó para maniobrar en su caída: girando sobre sí misma, describió un amplio
círculo a su alrededor con su daga; cinco criaturas retrocedieron.
Tras ello la niña saltó por encima de una de
ellas e intentó regresar a la espalda del filo; pero antes de que consiguiera
llegar, la rodearon y comenzaron a lloverle golpes de todas direcciones.
“Mierda,
¡lo sabía!”
-
¡Aquí!-
gritó Phobos, aumentando su avance- ¡Ayuda, aquí!
Asshai dio una, dos cuchilladas, y fue
sepultada por una hambrienta marea de zarpas y puñetazos. Phobos la empezó a
oír gritar de dolor.
El joven saltó, y aterrizó sobre una criatura
junto a donde había perdido de vista a la niña. Le aplastó la cabeza con un
rugido y cargó contra todos los bichos que se apiñaban en torno al mismo punto.
Pronto llegó hasta él Runak, y más aldeanos, y comenzaron a atacar
frenéticamente. El metal volaba a un lado y a otro, la sangre salpicaba en
todas direcciones…
De pronto vio un hueco, pudo meter el brazo,
agarró tela y tiró de ella.
Sacó a una Asshai agazapada sobre sí misma,
con visibles contusiones y rasguños. Se la echó al hombro mientras su diestra
no cesaba de detener y propinar ataques.
-
Mi
sangre…- la oyó gemir.
-
¿Qué?
-
¡Ah…!-
gimió de dolor ante el movimiento- No toques mi sangre. Que no te toque las
heridas…
-
No
tengo heridas- respondió.
“Al
contrario que tú”, pensó.
Y saltó de nuevo en la noche, dejando atrás
la batalla, cayendo junto a los aldeanos que habían quedado replegados junto a
los carros. Muchos se sobresaltaron ante su llegada y se apartaron.
-
¡Hay
que curarla!- exclamó, dejándola en el suelo…
-
¡Silencio!
Venga, todos en silencio, va a empezar la clase.
Phobos parpadeó un par de veces y miró hacia
el frente, dejando atrás el recuerdo. Tomas había llegado.
Aquella
honorable batalla, la última en la que había peleado, había sido hacía casi un
mes. En ese momento, el joven Guerrero de Marte estaba allá donde jamás había
estado hasta aquel momento: en una clase, rodeado de niños sentados en
distintas líneas de bancos, todos mirando hacia el profesor. Al parecer Tomas,
sacerdote de Ifrit, había ejercido de maestro en la antigua Baluarte y en el
nuevo y aún emergente asentamiento pretendía hacer lo mismo.
Los niños comenzaron a bajar el tono, si bien
hizo falta algo más de la paciente insistencia de Tomas para acallar los
últimos cuchicheos.
-
Bien,
niños. Hoy vamos a repasar un poco lo que os conté sobre los dioses en las
últimas clases, y avanzar desde ahí.
Phobos se sentaba en la última fila, porque
le habían dicho que era tan alto que no dejaba ver a los niños que se sentaban
tras él. Runak estaba también allí, por la misma razón. Buscó con los ojos a
las otras dos invocadoras. Asshai no estaba lejos, pero nunca parecía sentarse
ni hablar con nadie en particular. Naussyca estaba en la primera fila, como
siempre. Parecía que la pequeña conocía muy poco del mundo exterior, pues los
grifos estaban un poco aislados; pero todo cuanto aprendía le encantaba. Le
brillaban los ojos cuando Tomas les hablaba de historia y de lugares lejanos, y
se bebía cada una de las palabras del profesor.
El pueblo de Baluarte trataba a los cuatro
“con el respeto que merece un invocador”, había oído decir; y después de lo que
habían demostrado poder hacer a la hora de la verdad (como en el viaje hasta
allí), como adultos en algunas ocasiones importantes. Pero los aldeanos habían
resaltado la importancia de que se formasen como los demás niños. A Asshai
aquello parecía haberle molestado, pero a Phobos no. Todo lo que lo rodeaba desde
que saliera de Camino Blanco le resultaba muy, muy extraño; y muchas veces
cuando hacía alguna pregunta o comentario, obtenía una respuesta aún más
confusa a cambio, o burlas y risas. No le molestaba, pero empezaba a ser
consciente de que aquellas clases le vendrían bien.
-
¿Quién
recuerda qué dioses existen?- preguntó el profesor.
-
¡Ifrit!-
dijo un niño.
-
Muy
bien- dijo Tomas con una sonrisa- Ifrit, dios del fuego, el sol que nos
alumbra. ¿Más?
-
¡Fulm!
Dios del rayo y de las tormentas.
-
Marte.
Dios de la guerra- dijo Phobos.
-
Muy
bien, Phobos. Al cual adoran los Guardianes de Marte, ¿verdad?- dijo el
profesor.
-
Sí.
Protegemos las ruinas de su torre- respondió.
Los niños cuchichearon entre sí excitados
hasta que el profesor volvió a pedir el nombre de algún dios.
-
Saturno,
dios de la muerte- oyó que dijo Asshai.
-
¡Lil,
diosa del amor y la belleza! Laroche nos habló de él. Dice que es quien da la
inspiración a los bardos y los artistas.
-
Y
Gaia, diosa de la vida.
-
Titán,
dios de la tierra…
-
¡Leviatán,
dios de los mares!
-
Y
Shiva, diosa de los hielos- dijo Phobos al ver que nadie más la nombraba.
-
Muy
bien, niños- dijo Tomas- Esos son los nueve dioses; los que crearon el mundo y
todo lo bueno y lo malo que hay en él- un niño levantó una mano- ¿Sí, Tito?
-
Los
dioses tienen torres, ¿no?
-
Torres
de invocación, sí. Veréis…
Naussyca dio un saltito en el banco: Tomas
estaba sentándose, iba a contarles una historia.
-
Hubo
un tiempo en que el hombre no daba las gracias a los dioses. Les culpaba de sus
desgracias, pero nunca les agradecía todo lo bueno que hay en esta vida. Y los
dioses, sintiéndonos ingratos, se enfadaron. Muchos quisieron abandonar el
mundo de Spyra: “los humanos son unos ingratos, este mundo no es como quisimos
crearlo”, dijeron. “Crearemos otro, dejaremos este morir”.
Alguno de los niños inspiró aire con asombro,
impresionado.
-
Sin
embargo, uno de los dioses tuvo piedad de nosotros: Gaia, la diosa madre, quien
creó al hombre; y que como toda madre, ama a sus retoños. Pidió a los dioses
que esperasen, que haría entrar en razón al hombre, y ellos esperaron pero sin
esperanzas de que lo consiguiera. Gaia bajó a Spyra en forma mortal, nos contó
quién era, y lo que ocurría.
-
¿Y
la creyeron?- dijo una niña, sorprendida- O sea… Que una mujer va y dice que es
una diosa y que los dioses están enfadados, ¿y la creen?
-
Al
principio no- respondió Tomas sonriendo- Sin embargo, poco a poco sus palabras
fueron calando. Varios hombres decidieron acompañarla y protegerla, y juntos
recorrieron Spyra difundiendo su palabra. Los hombres comprendieron, los dioses
dejaron de estar enfadados; y cuando el cuerpo mortal de Gaia había envejecido,
decidió morir. Allí donde reposaron sus restos mortales, en la ciudad de
Corazón de las Aguas, se construyó la torre de Balam en honor a Gaia: la
primera torre de invocación. Después de esa, vinieron muchas más; como la que
teníamos de Ifrit al lado de Baluarte.
-
¿Y
para qué sirven?
-
Allí
les honramos. Unas personas llamadas invocadores, que tienen un don especial,
van a rezarles. Y así los dioses saben lo agradecidos que estamos por sus
regalos, y que no queremos que nos abandonen.
-
¿Invocadores
como ellos? A esos los llaman invocadores- dijo un niño, mirando a Phobos y
Runak.
-
Sí.
Naussyca, Asshai, Phobos y Runak son invocadores.
-
Iban
a la torre de Ifrit, ¿verdad?- dijo un niño.
-
Pero
la torre cayó- dijo otro.
-
¡Entonces
ya no se le puede adorar!
-
¿Ifrit
se va a enfadar? ¿Nos va a dejar?
-
¡Está
enfadado! ¡Por eso se apagó el sol!
-
¡Calma!-
exclamó Tomas ante el creciente y asustado alboroto- Ifrit no nos va a dejar.
Lo que pasó fue… algo pasajero. Ahí está, en el cielo ahora mismo, ¿no? Además,
Ifrit tiene otras dos torres más a lo largo de Spyra.
-
¿Todos
los dioses tienen tres torres?
-
Pero
si algunas están rotas…
-
Ifrit
tiene tres torres repartidas por toda Spyra para que Ifrit pueda ir de una a
otra a medida que recorre nuestro mundo al avanzar el día. Es el único con más
de una torre.
El sacerdote se acercó a un tapiz que
parecían haber podido salvar del fuego en Baluarte. Si bien una de sus esquinas
estaba chamuscada, se veían claramente trozos de tela de distintos colores que
mostraban las distintas regiones de Spyra; con bordados que señalaban
emplazamientos especialmente importantes.
-
Ahora
mismo una de las torres de Ifrit ha caído, y dos quedan en pie: la que está al
oeste, en las Ciudades Blancas; y la que está al este, en la Isla del Este-
dijo Tomas señalando las estrellas rojas que marcaban las torres de Ifrit- Al
norte, en Corazón de las Aguas, la capital del Imperio; está la torre de
Leviatán, dios del mar- su dedo tocó una estrella azul al norte del mapa- Allí
estuvo también en su momento la torre de Balam, en honor a Gaia, pero fue
destruida. Más al sur, en Isla Victoria está la torre de Titán-.Al oeste están
las torres de Lil y Eolo, en Marrowing. Más allá, en Camino Blanco, estaban las
torres de Shiva y Marte; pero cayeron derrumbadas. La torre de Saturno también
fue derribada. La de Fulm en Isla Victoria también, pero esa fue reconstruida.
Así que nos quedan siete torres de invocación.
-
Mi
padre me dijo que quien rompió la torre de Fulm fue Dante, ¿no? Y que lo
mataron allí…
El niño se interrumpió y toda la clase se
giró ante un crujido espantoso. Phobos advirtió con asombro que Runak tenía los
dientes apretados, los ojos clavados en el suelo con odio… y que se había
agarrado al banco con tanta fuerza que dos trozos de madera habían sido
arrancados del mismo y ahora temblaban en sus manos apretadas con fuerza.
Todos los niños se quedaron mirando al filo.
Tomas se acercó con lentitud a él, mientras éste respiraba jadeante. Alzó la
vista cuando el sacerdote llegó hasta él. Parecía enfadado y confuso al mismo
tiempo.
-
Runak…-
dijo levemente el maestro- ¿Por qué no te sales a dar una vuelta?
Parecía más una orden suave que una
sugerencia. El filo no parecía estar en desacuerdo, porque asintió débilmente y
se levantó. A su paso soltó los dos trozos de madera, que quedaron tirados en
el suelo. Salió sin mirar más que a la nada con el ceño fruncido, y cuando
cerró la puerta todos los niños empezaron a cuchichear con excitación.
-
Eres
tonto- dijo uno al último que había hablado.
-
¿Qué
he hecho?
-
¡Todo
el mundo sabe que los filos odian a Dante!
-
Sólo
existen para matarlo.
-
Pero
si Dante está muerto. Me lo dijo mi padre.
-
Que
no, que no, tienen que matarlos ellos.
-
¿Todos
los filos? ¿A un solo Dante?
-
A
su ejército- dijo Asshai exasperada, girándose hacia los niños que discutían-
Las tropas de Dante que sobrevivieron a la batalla en la que venció el Imperio:
a esos son a los que los filos tienen que matar. Se supone que no descansarán
hasta que caiga el último fulmar de Dante.
-
¿Fulmar?
-
El
ejército de Dante estaba compuesto en gran parte por magos fulmar; si bien
también había magos de todas las demás disciplinas bajo su estandarte- dijo
Tomas- La gente lo llamaba incorrectamente “el fulmar de Dante”. No todos los
magos fulmar siguen a Dante. Ni todos los magos que seguían a Dante eran
fulmars. No es un término muy bien empleado.
-
Tomas,
cuéntanos lo que pasó en la guerra de Dante.
-
Sí,
porfa, ¡cuéntanoslo!
El sacerdote miró la puerta por la que el
filo se había marchado y asintió. Se sentó en un barril que tenía delante de
todos los niños. Naussyca se echó hacia delante, emocionada.
-
Hace
más de diez años, apareció un mago muy, muy poderoso llamado Dante. Poca gente
recordaba a alguien con tanto poder. Decía que los dioses ostentaban tanto
poder, que esclavizaban al hombre. Que por qué teníamos que rezarles. Dijo que
la solución era que él, Dante, tuviera el poder de los dioses. Supuestamente,
para repartirlo con el hombre.
-
¡Qué
morro!
-
¡Pero
si no se puede tener el poder de los dioses!
-
Nadie
le haría caso.
-
Al
principio parecía que no. Pero poco a poco, empezó a reunir muchos, muchos
seguidores. Al fin y al cabo, cualquier tipo poderoso atrae a las masas- dijo
el sacerdote con desdén- Tanta era su gente que el Imperio le pidió parlamentar.
Y parecía que quería colaborar…
-
Pero
no lo hizo, porque hubo una guerra- interrumpió un niño sabelotodo.
-
¡Chst!
¡Caia!- dijo Naussyca.
-
Exacto.
Dante entró él solo a Corazón de las Aguas, la capital del imperio… Pero
terminó atacando la torre de Balam.
Los niños ahogaron una exclamación.
-
¡No
puede ser!
-
¿La
torre de Gaia?
-
Pero
si nos había salvado…
-
¿Y
rompió la torre?
-
La
entrada tan sólo, por suerte- respondió Tomas- Pero era una construcción
gigantesca. Dante era un tipo muy, muy poderoso- dijo Tomas.
-
Halaa…
-
Qué
miedo…
-
El
Imperio, por supuesto, no iba a quedarse de brazos cruzados ante aquel ataque,
y ahí empezó la guerra con Dante. Es posible que algunos de vosotros sepáis-
dijo mirando a Asshai- que esa guerra arrasó varios pueblos; entre ellos Ibos,
de donde dicen que son los filos; y Estus, de donde originariamente vienen los
Hijos de la Serpiente- Asshai asintió.
-
Pero
¿no venían de una fortaleza?
-
La…
¿torre de los hijos de la serpiente?
-
La
fortaleza Hija de la Serpiente- corrigió Tomas amablemente.
-
Estus
no sale en el mapa…- protestó una niña junto a Asshai.
-
Ahora
la llaman Agua de los Muertos- respondió ella.
-
¿Por
qué?- preguntó mirándola.
-
Porque…
- la miró con los ojos muy abiertos y una sonrisa retorcida- Aún hoy… hay
cadáveres; blancos, hinchados y putrefactos, flotando en el agua…
La niña emitió un gemidito y se alejó un poco
de ella con cara de miedo. Asshai volvió la vista al frente, al parecer a punto
de echarse a reír. Tomas le lanzó una mirada reprobatoria.
-
En
esa guerra fue destruida la torre de Saturno- continuó Tomas- Y en la batalla
final, como Patrick dice, fue destruida la torre de Fulm; y allí fue donde
murió Dante. Al derrotarle, lo que quedaba de su ejército se dispersó y el
Imperio les persiguió para ajusticiarles. Aún hoy se buscan seguidores de
Dante.
-
¿Y
el Legado? ¿No son el Legado seguidores de Dante?
-
Se
hacen llamar el Legado de Dante, de hecho. Pero nadie tiene muy claro si son restos
del ejército de Dante o un simple grupo de alborotadores que usa su nombre para
ganar fama.
-
El
Legado- dijo Asshai muy seria- eran los que estaban atacando la torre de Ifrit.
-
¿Cómo?-
replicó un niño.
-
Nosotros
lo vimos- dijo Naussyca- Era su estandárete…
Todos los niños empezaron a hablar a la vez,
totalmente alborotados. Phobos oyó a un niño decir que el Legado de Dante había
cogido el sol del cielo y lo había lanzado contra Baluarte… y se le quedó
mirando totalmente asombrado. ¿Se podía hacer eso?
-
Vale,
vale ya- dijo Tomas alzando las manos, consiguiendo algo de silencio- Ni el
Legado ni Dante ni ninguna guerra nos puede hacer daño aquí, niños.
-
¿Vamos
a volver a Baluarte, Tomas?- preguntó un niño de mirada triste.
-
No
lo sé, Tim- dijo el invocador con media sonrisa triste- Pero de momento aquí
estamos bien. Y no olvidéis que un pueblo lo forman las personas, no las casas
ni las calles. Baluarte está aquí.
-
Pero
gente ha muerto…
-
Y
no vamos a olvidarles nunca- respondió con una sonrisa- Mientras les
recordemos, seguirán con nosotros.
Muchos niños sonrieron levemente ante
aquello. Phobos recordó que muchos habían quedado huérfanos en el fuego que
consumiera el pueblo. Aquello, al parecer, no era algo corriente en los pueblos
del interior.
-
Bien,
bien, suficiente por hoy. Volved mañana por la mañana: daremos algo más de
geografía. Y si me entero de que alguno ha ido a molestar a Runak con cosas
sobre la guerra, ¡se meterá en problemas! ¡Podríamos echarle del asentamiento!
¿Entendido?
Los niños abrieron los ojos ante la amenaza y
asintieron mientras salían del almacén. Phobos miró una vez más el banco
destrozado antes de levantarse y salir afuera.
Cuando salieron de clase, era prácticamente
la hora de comer. Phobos perdió de vista a las otras dos invocadoras en el caos
de la salida. A pesar de que todos eran invocadores, no se relacionaban
demasiado. Naussyca parecía intentarlo, pero era muy tímida y apenas hablaba.
Asshai parecía no tener ningún interés, y era complicado discernir lo que Runak
pensaba tras su máscara de corteza. Phobos pensaba que estaban juntos en
aquello y le hubiera gustado que se cohesionaran más, como un equipo, pero
estaba complicado.
Algunos niños habían pateado los trozos de
madera que Runak había dejado tirados por el suelo hasta sacarlos afuera, donde
les estaban dando patadas y pasándoselos de unos a otros. Enseguida un adulto
lo vio y se acercó a recogerlos y regañarles, avisándoles de que las astillas
podían hacerles daño, pero se marcharon riéndose sin hacerle caso. La explanada
bullía de actividad, con prácticamente todos los aldeanos presentes.
El grupo de refugiados había conseguido
llegar a las tierras del tal Gilderoy. Por el camino, Phobos había oído
rumores: que era un viejo avaro que no les permitiría pasar por sus tierras,
que se comía a los niños… Pero al llegar, todos habían parecido infundados. El
tal Gilderoy había resultado ser un anciano de porte fuerte, que se movía con
lentitud pero con seguridad. Había refunfuñado bastante al ver a tanta gente en
sus tierras, eso era cierto. Pero cuando oyó lo que había sucedido
inmediatamente habló hablado con Zacarías, el antiguo alcalde de Baluarte; y
tras su charla no sólo decidió permitirles pasar y abastecerse: les ofreció
establecerse en sus tierras y formar un asentamiento temporal, al menos hasta
que el Imperio investigase qué había ocurrido en Baluarte… y qué pensaba hacer
al respecto.
Y eso habían hecho. Llevaban apenas unas
semanas allí, pero se apañaban bien. Habían aprovechado un gran almacén vacío
como barracón para que durmieran todos los refugiados; otro más pequeño hacía
las veces de escuela, taller o lugar de reuniones en función de la hora y de
las necesidades del pueblo. Fuera se había levantado una pequeña carpa que
parecía hacer las veces de taberna, y que nunca estaba vacía. Los cazadores y
pescadores ya comenzaban a conocer la zona, algunos aldeanos habían empezado a
construir casas, y en las comidas se oían planes para hacer un telar, un
pequeño laboratorio de alquimia para tratar los materiales de las
construcciones, o algún lugar donde atender a los enfermos y heridos.
Según le habían dicho, seguían en la penísula
de Talen, pero más al norte que Baluarte; en un lugar en el que el mar ganaba
terreno a la tierra por este y oeste, llamado el Estrecho de Gilderoy. La gente
lo llamaba así porque la familia Gilderoy llevaba viviendo allí desde hacía
generaciones, pero al parecer su nombre de verdad era el Estrecho de la Mano,
pues había cinco enormes peñascos que se alzaban hacia el cielo separados entre
sí como lo están los dedos de una mano.
Los aldeanos se estaban congregando en torno
a la carpa que Zemet, el antiguo tabernero, había montado en la explanada. Él y
su esposa Airin dirigían (si bien más personas colaboraban) cómo preparar y
servir las comidas de todos los del asentamiento, unas veinte personas en
total. Se empezaba a formar una cola frente a la carpa cuando el joven localizó
a varios de los guardias hablando en un estrecho círculo, y se acercó.
-
Tenemos
que montar guardias. Montar turnos, y patrullar- decía Argus Ethan, el capitán
de la guardia del asentamiento.
-
No
podemos proteger a nadie si no se quedan todos juntos- replicó Jonah Claus,
otro soldado.
-
Pues
establecemos un toque de queda, y que por las noches se quede todo el mundo en
el barracón, hasta que nos aseguremos de que no quedan más de esas cosas por
ahí- contestó el capitán.
-
Es
razonable…
-
¿Qué
pasa?- preguntó Phobos.
-
Los
cazadores han visto hoy duelars al otro lado del lago- respondió Jonah.
-
¿Esas
cosas otra vez?
-
Sí.
Tu amiguita la grifo, de hecho, fue la primera en verlos. Parece que tiene
buenos ojos. Pero los demás los vieron después también, lo han confirmado. Ivonne
dijo que había mínimo más de una decena. Es una cazadora experta, confío en su juicio.
Así que vamos a apostar guardias por la noche, ahora lo diremos en la comida.
Jonah, habla con los demás guardias y organiza los turnos. Phobos, quería
hablar contigo.
El chico asintió mientras Jonah se marchaba.
-
Hablé
ayer con Asshai. Le he dicho que ahora mismo no podemos dedicar el tiempo
necesario a entrenar a alguien con una base física tan escasa, y que lo siento,
pero que no puede seguir formando parte de la guardia. Se la veía enfadada, la
verdad; pero se lo ha tomado… maduramente, para ser una niña. Ha pedido perdón
por las molestias y se ha marchado sin quejarse.
-
Bien…
Al menos eso queda resuelto.
-
Sí.
Tienes razón, es lo mejor para todos.
En el camino de Baluarte a las tierras de
Gilderoy, habían sido atacados por una horda de horrorosas criaturas. Cuando se
las habían descrito al viejo Gilderoy, él las había denominado “duelars”.
Phobos no había visto nada así en su vida… Sin piernas, andando con los brazos,
sin cara… Al menos, los ahogados de Camino Blanco estaban enteros. O la mayor
parte.
De la nada había aparecido un hombre,
corriendo desesperado como si lo persiguiera una horda de demonios, y tras él
habían surgido de la oscuridad una veintena de duelars. La batalla había sido encarnizada, azuzada
por los gritos de terror de los refugiados que quedaban atrás.
Phobos se habían lanzado a la pelea
inmediatamente: él era un Guardián de Marte, un protector del pueblo; y
aquéllas, unas aberraciones que pretendían hacer daño a gente inocente. Había
visto luchar a su lado al bardo Laroche, que manejaba una jabalina a corta
distancia como un maestro, y que mostraba una puntería casi sobre humana al
lanzarla. También a Clarisse, la pescadora, atrapando a criaturas bajo su
pesada red para después rematarlos. Y también otros habitantes de Baluarte:
Zacarías, el alcalde; Zemet, el tabernero (que para ser tabernero manejaba la
espada con una habilidad sorprendente); Ivonne, la cazadora; además de los
guardias que quedaban del pueblo. Afortunadamente, ya empezaba a quedarse con
los nombres de todos aquellos valiosos guerreros. Y con ellos habían cargado
también Runak, el filo; y la pequeña Asshai, subida a la espalda del mismo.
Inmediatamente lo había creído una mala idea.
La pequeña no tenía la fuerza física suficiente como para pelear con aquellas
criaturas… Y si bien había podido dar algunos tajos desde las alturas con su
pequeña daga; el enemigo enseguida la había localizado, derribado al suelo y
rodeado. Cuando pudieron sacarla de allí estaba muy malherida, y había tenido
que recibir atención médica.
Phobos se había dado cuenta después de que
las criaturas a las que su daga había tocado, terminaban muriéndose solas… quizá
por algún veneno o algún hechizo que él desconocía. Pero si a cambio ella moría,
no valía la pena. Y la maniobra para rescatarla había puesto en peligro a los
demás. Aquella noche habían sobrevivido todos por pura suerte. Posteriormente,
establecido el asentamiento, Asshai había solicitado unirse a la guardia, y
había comenzado a entrenar duramente con ellos; pero los resultados eran
escasos, y sus entrenadores perdían mucho tiempo.
Uno nacía guerrero o no. Suficientes pocos
guardias había para protegerlos a todos como para que estuvieran perdiendo el
tiempo; y si se daba alguna otra lucha, que Asshai participara la pondría en
peligro tanto a ella como a los demás. Así que, por el bien de todos, Phobos le
había dado su punto de vista al capitán de la guardia; que pronto había
mostrado su conformidad.
-
¿Entrenarás
después con nosotros?
-
Claro-
contestó Phobos.
-
Perfecto.
Pues nos vemos donde solemos entrenar dos horas después de comer.
-
Muy
bien.
-
Hum…
Phobos, no vamos a incluirte en los turnos de guardia de por la noche. Sé que
eres un guerrero capaz, pero Zacarías me cortaría los huevos si pongo lo que él
denomina un niño a patrullar- se lo quedó mirando un momento- ¿Cuántos años
decías que tenías?
-
Catorce.
El soldado meneó la cabeza con media sonrisa.
El capitán de la guardia tenía que alzar la vista para mirarle a los ojos.
-
Cualquiera
lo diría. Bueno. A Zacarías sólo le va a importar eso, y no va a tener en
cuenta lo grande o lo entrenado que estés. Y si vienes tú, algún otro
pueblerino bienintencionado pero desentrenado puede reclamar su derecho a
hacerlo. De momento, sólo guardias. Pero desde luego eres bienvenido en los
entrenamientos, y agradeceremos mucho tu ayuda si se desata alguna lucha.
-
Perfecto,
lo entiendo.
-
Muy
bien. Mantén los ojos abiertos. Nos vemos más tarde.
Phobos se llevaba bien con los guardias. Como
guerreros, compartían una serie de creencias y tenían como su propio idioma. A
ellos no les importaba si había estudiado
o no, si venía de un lugar diferente, con tal de que les ayudara a
mantener con vida al pueblo. Le enseñaban las técnicas que no conocía, y a
pesar de su juventud le escuchaban cuando él les contaba algún movimiento que
ellos nunca hubieran usado. Le resultaba más fácil tratar con ellos que con los
demás. Pero no se sentía infeliz para con el resto del pueblo. Sabía que era
distinto, pero contaba con que el tiempo iría limando las asperezas.
La verdad era que echaba mucho de menos su
hogar. Los miles de tonos de blanco y azul que el hielo de Camino Blanco
adquiría a lo largo del día, el crujir de la nieve bajo sus pies, el mar
inmensamente azul… Echaba de menos a su familia: a su madre, su padre, a sus
hermanos y hermanas… A los diez; incluso a sus hermanos mayores, que siempre se
habían metido con él. La sabiduría de sus casi cincuenta ancianos, la
camaradería de la mayor parte de sus tíos y tías, y las risas de sus más de
cien primos…
“No
entiendo por qué aquí las familias son tan pequeñas”, pensó mirando a una
pareja que cargaban a un niño.
Y echaba de menos pelear. En Camino Blanco,
no pasaba un día; y según el día, no pasaba una hora; en la que no estuvieran
peleando por sus vidas, defendiendo el camino. Entrenaba con los guardias
cuanto podía, pero sentía que le faltaba acción. Para los Guerreros de Marte;
la batalla era su modo de vida, su manera de honrar a su dios, lo que les
enseñaba a caminar y respirar. Visto lo tranquilo que había transcurrido el
último mes, había empezado a hacerse a la idea de que tendría que conformarse
con menos batallas, al menos por el momento.
Por ello, aunque no deseaba que nadie del
asentamiento sufriese ningún daño; Phobos se alegró en parte de oír que había
enemigos cerca. Quizá pronto pelearía de nuevo. Sonrió para sí mismo.
La gente lo saludó cuando se puso a la cola
para la comida. Todos conocían a los invocadores, y tras su ayuda a los heridos
y cómo habían peleado por ellos, las reticencias iniciales se habían disipado.
Al menos con él y con Naussyca. Runak y Asshai parecían inquietarles todavía.
Vio a Asshai sentada en el suelo junto a
Gilderoy. Ambos tenían ya un plato de humeante en las manos. No tenían mesas ni
sillas, pero nada de aquello importaba si había una comida caliente para todos.
-
Son
tan… niños- se quejaba ella.
-
Je,
je, je- el anciano se rió para sí, y replicó- Como tú, niña.
-
Sabes
que no me refiero a la edad…- dijo ella mirándolo de soslayo.
-
Bueno,
bueno. Sí, eres madura para tu edad. Pero las clases te van a venir bien.
-
Ya
he estudiado, ya me han formado para…- empezó a replicar.
-
Veeenga.
Estoy seguro de que has tenido que oír algo que no supieras de antes.
La niña arrugó el gesto.
-
La
verdad es que nunca había oído la historia de la guerra de Dante desde el
principio.
El semblante sonriente de Gilderoy se tornó
preocupado de pronto.
-
¿Habéis
hablado hoy de la guerra de Dante?
-
Sí.
-
¿Y
Runak?
-
Pues…
cuando mencionaron a Dante rompió un banco y le invitaron a que se marchara.
-
Tsk.
Avisé a Tomas de… Bueno, bueno, bueno- meneó la cabeza- Ya iré a hablar con él.
Supongo que se habrá ido al bosque.
El viejo Gilderoy les caía bien a todos.
Trataba con cariño y respeto a los jóvenes invocadores, en una curiosa pero
satisfactoria mezcla de cuidarles como a niños en algunos casos y tratarles
como adultos en otros. Parecía llevarse especialmente bien con Asshai y Runak,
a quienes le unía un cariño especial. Quizá hablaba más con ellos porque estaban
más solos que los demás, pensó Phobos. Naussyca tenía a Vincent y a los
cazadores, y él a los guardias.
-
¿Y
esa cara, pequeña?
-
Mm-
gruñó la niña, apartando hoscamente la mirada.
-
Venga.
Cuéntame. Quizá pueda ayudarte.
-
No
creo. Tampoco es que importe… Me han echado de la guardia.
-
¿Y
eso?
-
“Que
no tengo base física”- dijo con retintín- Malditos sean… Estoy segura de que he
matado a más gente que cada uno de todos ellos.
-
Probablemente-
asintió el viejo, sin un ápice de ironía en su voz.
-
No
tienen ni idea…
-
Bueno,
bueno. Vuestros estilos son distintos, es normal que choquen. Quizá es mejor
así. Quizá te vaya mejor con alguien que… aprecie tus habilidades. ¿Has pensado
en trabajar con los Foma? Se te daba bien la alquimia, ¿no?
-
Las
pociones, sobre todo - respondió ella, pensativa- Bueno… Podría intentarlo. Puedo
aprender de ellos, y les puedo ayudar a preparar lo que tengan. Además… no
parecían tan reticentes a tratar con una Hija de la Serpiente como los demás.
-
Los
Foma han visto mundo. Son más abiertos de mente.
-
Sí…-
la niña miró a Gilderoy con una pequeña sonrisa- Gracias, Gilderoy. Es una
buena idea.
-
De
nada, niña. De nada. Bueno…- el anciano terminó rápidamente su plato y empezó a
levantarse renqueantemente.
-
¿Te
ayudo?
-
Puedo,
puedo…- miró a la niña que seguía sentada- Bueno. Voy a ver si encuentro a
Runak y hablo un poco con él…
-
Phobos-
oyó.
-
¿Eh?
El
chico se giró hacia delante. Se había distraído observando la conversación, y
ya le había llegado el turno. Airin le tendía un plato humeante con una
cuchara.
-
Ah,
ah. Gracias.
-
De
nada.
Phobos cogió su plato y fue a sentarse con la
niña.
-
Hola,
Asshai.
-
Hola-
respondió quedamente.
No sabía cómo tratar con Asshai. No era
sencillo. Pero antes de intentar sacar un tema de conversación, un chillido de
pájaro llamó la atención de ambos.
-
Hola.
No os encontraba…- dijo Naussyca. Les miró, dudando- Io… ¿Puedo…? ¿Me puedo sentar? ¿Aquí? ¿Con vosotros?
-
Sí,
claro.
La pequeña grifo sonrió levemente y se sentó
con ellos. El temor que inicialmente había mostrado por los desconocidos había
pasado a una adorable vergüenza.
-
¿Y
Runak?- preguntó la pequeña grifo, mirando en derredor.
-
En
el bosque, supongo- dijo Asshai.
-
¿Está
bien?- Naussyca parecía preocupada- En clase… ¿Deberíamos…? ¿Buscarlo?
-
No
creo. Es probable que esté mejor solo- dijo Asshai- Pero Gilderoy ya ha ido a
hablar con él. No te preocupes.
-
Ah…
Vale… Io… ¿Todo bien? ¿Vosotros bien?- balbuceó.
-
Sí,
muy bien- respondió Phobos sonriendo.
-
Mm-hm-
emitió Asshai.
-
¿Y
tú, Naussyca? ¿Estás contenta aquí?- dijo el guerrero.
-
¡Oh!
Sí, sí, mucho- una sonrisa entusiasmada apareció en su pequeño rostro- Me gusta
mucho ir a casar.
“¡¿Casar?!”,
pensó Phobos, “¿A quién casa? ¿Se ha casado ella? ¿Con quién?”
-
Los
animales no me oien.
“Ah…
Cazar. Qué raro habla”
-
Ivonne
me ha dicho que me vaia con ella más veses. Pero me gusta más pescar. Clarisse
sabe mucho. Y Vinsent también. Y me cae mui bien Vinsent.
Vincent era el tipo que había aparecido de la
nada perseguido por los duelars. Les había dicho su nombre… y que no recordaba
nada más. Todos habían reaccionado ante aquello con escepticismo y reticencia.
Por un tatuaje de un ancla que tenía en el brazo creían que se trataría de un
marinero, y que apareciese uno extraviado justo después de haber habido un
ataque naval del Legado de Dante a la torre de Ifrit resultaba de lo más
sospechoso. Pero el tal Gilderoy había asegurado que Vincent no mentía: no
recordaba nada. Zacarías parecía creer totalmente en el juicio del anciano al
respecto, por lo que le resto del pueblo habían acabado por tolerarle y
prácticamente aceptarle. No daba problemas, se llevaba bien con la gente y
traía comida. Era suficiente. Naussyca se llevaba muy bien con él.
-
Y…
Y además…- continuó la pequeña- Me gusta poder traere comida… para todos.
-
Eso
es muy honorable por tu parte, Naussyca- replicó Phobos.
La grifo balbuceó un par de sonidos
incoherentes, poniéndose colorada, y bajó la mirada avergonzada. Phobos pensó
que la había molestado.
-
No,
no. Quiero decir que… es bueno….
-
La
has halagado- dijo Asshai en tono aburrido.
-
Ah…
Colorada, pero la grifo sonreía.
-
Bueno-
dijo Asshai, levantándose- Tengo que ir a hablar con alguien. Hasta luego.
Y se fue
con su plato vacío.
-
¿Se
ha molestato?- preguntó Naussyca
-
No
sé.
-
Parece
molesta…
-
¿Tú
crees?
-
Sí…
-
Mm.
Igual estaba molesta de antes.
-
¿Por
qué?
-
La
han echado de la guardia.
-
¡Oh!
¿Por qué?
-
No
es una guerrera, Naussyca- replicó Phobos mirándola seriamente- Es pequeña, no
tiene fuerza. Es débil. Hay que estar cuidando de ella si hay una pelea. La
acabarán haciendo daño. Es lo mejor para ella y para todos.
La grifo le miró un instante, para después
mirar a la pequeña que se alejaba.
-
Pero
ella se esforsaba mucho… Quería aiudar. Seguro qui está muy triste…
Phobos la miró sorprendido. No se había
parado a pensar en aquello. ¿Podría sentirse despreciada o humillada por el
rechazo…?
“Nah.
Habría dicho algo”, se dijo.
Phobos no había conocido un trato con la
gente que no se basara en la brutal honestidad de los habitantes de Camino
Blanco. Obviamente, si Asshai hubiera querido tanto pelear, le hubiera pegado
un puñetazo en la cara a Argus Ethan.
-
Entonses…
¿esos bichos nos van a atacare?- dijo Naussyca insegura.
-
Bueno,
si lo intentan, están todos los guardias. La última vez les plantamos cara. Si
vuelve a pasar, haremos lo mismo. Tú no te preocupes- le sonrió- Si alguna vez
necesitas ayuda, avísame.
La grifo sonrió ampliamente, y asintió.
En ese momento Zacarías alzó la voz pidiendo
atención. Cuando contó el avistamiento de duelars, mucha gente emitió sonidos
de alarma; pero sus palabras pronto les tranquilizaron. Todos estuvieron de
acuerdo con el toque de queda.
Cuando los aldeanos se reunieron en el
barracón a la hora del toque de queda, todo eran cuchicheos nerviosos y
susurros. Phobos les escuchó extrañado al tiempo que empezaba a quedarse
dormido, abrazado a la bolsa de pieles que tenía sus escasas pertenencias
personales. Deberían estar descansando por si surgía la batalla, pero perdían
energías hablando.
“Cómo
se nota que no están acostumbrados a vivir bajo ataque”, pensó.
Estaba en un claro de un bosque.
Era de
noche. Sobre él, las copas de los árboles se abrían para mostrarle un cielo de
mil estrellas. La luna llena iluminaba el claro, y creaba un juego luces y
sombras entre los árboles.
No sabía dónde estaba. No sabía cómo había
llegado hasta allí.
Una figura salió tambaleándose de la
floresta…una mujer ataviada con un vestido blanco y largos cabellos, que cayó
de rodillas.
-
¡Eh!
Se apresuró a llegar hasta ella y ayudarla a
levantarse de nuevo. Cuando la tomó por los brazos, ella alzó el rostro y sus
ojos se encontraron con los suyos.
Inmediatamente le invadió un sentimiento de…
no hubiera sabido explicarlo. Sintió amor. Sintió calidez, cercanía y cuidado.
Algo similar a la tibia sensación que se extendió en su pecho cuando su madre
lo abrazó antes de que partiese de Camino Blanco.
Pero añadido a eso, en aquellos ojos había
tristeza, y urgencia.
-
Tenéis
que ayudarme… Dante ha vuelto.
Phobos abrió los ojos. Su corazón latía a
toda velocidad, y algo dentro de sí le gritaba que había algo que no iba bien.
Se incorporó tragando saliva: seguía en el barracón, rodeado del resto de
aldeanos durmientes.
Se miró las manos, pero para su sorpresa, no
estaba sujetando su trozo de hielo.
“¿Qué…?”
No era la primera vez que Phobos tenía sueños
extraños… Pero en todos ellos, despertaba aferrando fuertemente su pequeña
reliquia. Aquel trozo de hielo, redondeado y alargado como un huevo, tan grande
que apenas podía sujetarlo con una sola mano… que jamás se derretía. Y que
siempre tenía cerca de él, en su bolsa de pieles, abrazado a la cual dormía.
“Entonces…
no era Shiva”
Claro que no era Shiva. Aquella mujer no era
azul. Pero entonces… ¿quién había sido?
Una sensación de agobio atenazaba su alma.
Sentía que tenía que salir del barracón. Que tenía que irse…
“Al
bosque”.
Comprendió de pronto, no supo cómo, que el
lugar con el que había soñado estaba situado en el bosque de las tierras de
Gilderoy. Y necesitaba ir allí. Para qué, no lo sabía. Ni cómo llegar allí.
Pero tenía que hacerlo; y si para eso tenía que burlar a los guardias, así
fuera.
Por lo que se levantó e, intentando no hacer
ruido ni despertar a nadie, salió.
Había oído a los guardias discutir el
perímetro por donde patrullarían, y tenía una idea bastante clara de qué zona
estaría menos protegida. Intentó esconderse mientras pasaba uno de los guardias
y tragó saliva: no era bueno moviéndose en silencio, y no sabía qué iba a
explicar a Jonah y los demás guardias si le veían intentando escabullirse fuera
del barracón cuando él mismo se había mostrado de acuerdo en que todos
permaneciesen juntos para ser más protegibles. ¿Que había tenido un sueño que
le impelía ir al bosque? Su reacción sería la misma que la de sus hermanos
cuando les decía que había visto a la diosa Shiva: se reirían y no le creerían,
y le llamarían “pingüino”. Por convencido que Phobos estuviera de que hubiera
sido verdad.
Cuando el guardia hubo pasado Phobos,
sabiendo que tenía unos segundos libres, echó a correr lo más silenciosamente
que pudo hacia la floresta. Cuando se detuvo, jadeante, miró atrás. No parecía
que nadie le hubiera seguido.
Cuando volvió la vista al frente, el corazón
empezó a golpearle el pecho: una gigantesca figura se adivinaba más adelante.
Tragó saliva, agarró su martillo y empezó a acercarse…
… pero aquella cosa lo miró y la luz de la
luna lo iluminó.
-
¡Ah!
¡Runak!- exclamó susurrando al reconocerle.
-
Phobos-
le reconoció el filo, mirando hacia abajo; su voz profunda y lenta como
siempre.
-
Ah,
es verdad… Te habías quedado en el bosque a dormir. No es seguro, sabes. Hay
duelars por ahí.
-
Entonces,
¿qué haces tú aquí?
Phobos hizo una mueca. Adivinaba lo que iba a
pasar, pero respondió de todas maneras.
-
Bueno…
es que… He tenido un sueño… y tenía que venir al bosque.
Pero el filo no se burló de él. Se le quedó
mirando un instante, y después preguntó:
-
¿Una
mujer con un vestido blanco?
El joven guerrero le miró absolutamente
asombrado.
-
Y
daba una sensación…- continuó el hombre árbol- Como de madre.
-
Eso
es. ¿Tú… Tú también?
-
Sí.
-
Qué
raro- dijo Phobos, casi más para sí que para Runak- Nunca he conocido a nadie
que tuviera sueños raros como los míos.
-
Lo
raro es que me diera sensación “como de madre”- replicó Runak, y miró al bosque
en derreror- No recuerdo a mi madre…
Le miró extrañado. ¿Cómo podía no recordar a
su madre?
-
Si
buscas el lugar, puedo llevarte- dijo el filo- Conozco ya este bosque. Sé dónde
es.
-
Ah
pues… genial.
-
Pero
te vienen siguiendo- los ojos del filo se perdieron en la oscuridad tras él.
-
¿Qué?-
se giró sobresaltado.
-
¡Oh!
Nos han visto…- musitó la vocecita de Naussyca.
La grifo bajó aleteando de entre las ramas y
se posó en el suelo. Como salida de la nada, de pronto Asshai estaba a su lado.
-
¡Eh!
¿Qué hacíais siguiéndome?
-
Te
vi levantarte- dijo Asshai- Y tuve curiosidad. Naussyca te oyó también. Es muy
complicado moverse sin que te oiga- dijo mirándola- Y cuando le dije iba tras
de ti, quiso venir conmigo.
-
Io
no quería escondereme. ¡Pero sólo me dejaba venir si me escondía, dijo!
-
Quería
saber qué tramabas primero. Pero parece difícil engañar a un árbol dentro del
bosque- dijo Asshai con media sonrisa hacia Runak- Un sueño con una mujer de
blanco, ¿no?
-
Sí.
Yo creo que era una diosa- dijo Phobos.
-
¿Cómo?-
preguntó Runak.
-
Sí,
sí. Ya he soñado con dioses antes. Esto era… parecido.
-
O
sea, ¿que dices que has soñado con Gaia?- dijo Asshai escépticamente.
-
¿Gaia?
¿Quién?- preguntó Phobos, confuso.
Asshai le miró levantando una ceja.
-
Una
diosa, sensación de madre… Tendrá que ser la diosa madre, Gaia, ¿no…? ¿En
serio?- dijo al ver que no alteraba su expresión- Phobos, lo hemos dado hoy en
clase…
-
No
sé- nada de aquello le importaba- El caso es que tengo que ir a ver ese sitio.
-
Yo
también- dijo Runak.
-
¡Pues
vamos con vosotros!- dijo Naussyca.
-
Es
peligroso…- empezó Phobos.
-
Para
vosotros también- replicó Asshai.
-
Pero
nosotros podemos cuidar de nosotros mismos- respondió el joven guerrero.
-
¿Perdona?-
inquirió Asshai mirándole enfurecida.
-
Calma-
pidió Runak.
-
No
van a venir- dijo Phobos rotundamente.
-
Iré
a donde me dé la ga…
-
¡¡Silensio!!
Todos miraron a Naussyca. La joven grifo
tenía los ojos muy abiertos, y con ellos escudriñaba la oscuridad. Alzó el
vuelo un poco, sin dejar de buscar.
-
¿No
lo oís?
Los tres se miraron… Y de pronto un sonido se
hizo patente para ellos.
Los pasos amortiguados de criaturas que
andaban con los brazos.
-
¡¡Iiiiiii!!-
chilló Naussyca señalando a la oscuridad.
Y allá donde señalaba la grifo, se adivinaban
sombras. Decenas de sombras… que se movían hacia ellos.
Se miraron alarmados.
Y echaron a correr.
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