Capítulo siete: Campeonato Topacio (segunda parte).
Torneo de iaijutsu.
“Puede hacer de tu ligero error tu defecto fatal.
Vigila tus pasos a
su alrededor”
A la mañana siguiente, la luz
irradiaba con más fuerza si cabía el estadio del Campeonato Topacio. La mitad de las
pruebas habían pasado, se comenzaba a vislumbrar quiénes podían llegar a ser ganadores… y a la
vez, aún había posibilidad de que de entre los aspirantes menos aventajados
surgiese el vencedor.
La sexta prueba, la prueba mayor
de iaijutsu o duelo ceremonial; consistía en un torneo en sí. Los participantes
se enfrentarían por parejas, y el ganador de una batalla lucharía contra el de
otra hasta que los dos mejores compitiesen por el primer puesto.
Akodo Yamato fue emparejado con Ide
Ryosei, el Unicornio; Agasha Inomaro, con Yoritomo Keita. El Fénix no pelearía
realmente, pues era un shugenja. Pero los usuarios de la magia solían recurrir
a yoyimbos que lucharan en su nombre en toda afrenta que alguien deseara
resolver mediante la ceremonia del duelo, por lo que Inomaro había viajado
desde tierras Fénix acompañado de uno de los yoyimbos de la familia Agasha.
Sería él quien se enfrentase al Mantis.
Yuna lucharía contra
Hida Kaneshi; contra el enorme y forzudo Cangrejo… Y Mirumoto Kenjiro, con Doji Kirei. Apenas se oyó tal
información, todo el público comenzó a bullir de excitación.
En la historia de
Rokugan habíase dado un duelo de épicas proporciones: los dos mejores duelistas
del Imperio, fundadores de las distintas escuelas de iaijutsu Doji y Mirumoto, pertenecientes
a los clanes Grulla y Dragón, se habían enfrentado. En el duelo más magistral
de la historia del Imperio Esmeralda, el Grulla murió mientras su arma
atravesaba la garganta del Dragón; y éste último, para honrar a su enemigo y al borde de la muerte, cogió el arma de su rival y cometió seppuku con ella. Así, el dilema
sobre quién había vencido, sobre qué estilo de iaijutsu era el mejor; había
quedado sin resolver.
Una leyenda así era
fácilmente recordable en aquel momento.
Y los contrincantes
lo sabían. Mientras ambos se dirigían a la pista donde lucharían, sus miradas
se cruzaron cargadas de odio y fuerza. No pensaban dar tregua a su
contrincante.
Junto a la pista de arena se había
situado una tarima sobre la cual yacían hasta diez bokens idénticos. Doji Kirei tomó un boken y Kenjiro tomó otro, pero
cuando se volvió hacia el Grulla vio que aún no parecía listo para pelear.
Kirei alzó el boken ante sus ojos,
como pretendiendo ver a través de él. Después lo situó en equilibrio sobre dos
de sus níveos dedos. Alzó las cejas con deferencia al verlo balancearse, antes
de volver a dejarlo sobre la mesa.
Kenjiro no supo si sentirse
ridículo o indignado: todos los bokens que hubieran sido preparados para el
Campeonato Topacio serían buenos, seguramente pretendía exhibirse ante el
público. Pero el Grulla dedicó un par de minutos a elegir su boken de entre los
que yacían en la mesa. El Dragón decidió no ser menos. Seis bokens después,
cuando el Grulla pareció encontrar uno que no le desagradaba demasiado, Kenjiro
probó también varias espadas. Una, otra, otra más; todas le parecían igualmente
buenas… hasta que de pronto encontró un arma que le pareció un poco más ligera
que las demás. Fue la que decidió utilizar.
-
Comenzará concentrándose Doji Kirei- dijo uno de
los jueces.
-
Os cedo
la oportunidad de concentraros primero, Mirumoto-san- dijo el samurai de
pelo blanco con una reverencia.
El público pareció
agradablemente sorprendido ante tal muestra de honor. Kenjiro estrechó la
mirada: tan típico de los Grulla… Lo que aquel tipo pretendía era humillarle, a
base de una muestra de perfección tras otra. No iba a permitirlo.
Ambos introdujeron sus bokens en
sus cintos y se los echaron hacia la espalda, simulando que fueran katanas
envainadas en la saya. La ceremonia del iaijutsu consistía en el desenvainado
rápido de la katana, el corte al oponente, el golpe lateral al aire que
simulaba el escurrimiento de la sangre que quedaba en la hoja, y el regreso de
la hoja a la vaina. La primera parte era la más importante, la que debía ser
más fluida y certera y no separarse del ataque, la que se decía era la vida del
iaijutsu. Kenjiro adoptó la posición del duelo, su mano izquierda
sujetando la zona donde quedaría la vaina y su derecha en la empuñadura; y comenzó a concentrarse,
clavando los ojos en su oponente. El Grulla lo imitó.
A su alrededor los sonidos
enmudecieron, el tiempo se detuvo, el estadio desapareció hasta dejarlos solos.
Solos en la nada.
Lo vio ante sí. El rostro de
porcelana, los cabellos color luna, las grullas plateadas de su kimono. Tenía
el curioso agarre del boken de la escuela Doji, y los pies más separados de lo
que debería. Aún así, parecía asentado en su base, no tropezaría. Sus brazos eran
fuertes, y no flaquearían. No vio puntos débiles. Se dijo que tenía que
haberlos, pero no los veía. Los ojos de hielo del Grulla se clavaban en él como
dagas congeladas, y aunque su rostro no desvelara nada más que concentración,
Kenjiro los sintió burlones y superiores.
Su orgullo Dragón prendió, tenía
que vencerlo. Recurrió a su Vacío: alzó una plegaria a sus ancestros…
rogándoles que lo ayudasen a defender su escuela duelista frente a su rival.
Una oleada de energía recorrió su cuerpo, y sintió que sus ojos veían más, que
sus piernas eran más seguras, que su boken se adaptaba más a su mano y formaba parte de
él.
Maldito Grulla… Su mirada era
firme, no apartaría la vista. Mantenía una enorme seguridad en sí mismo,
probablemente procedente de su habilidad. Casi era capaz de respirar la
tranquilidad que emanaba, como si no estuviera teniendo dificultad alguna para
ver sus flaquezas. Tenía que encontrar alguna debilidad a la que atacar,
aprovechar a primera oportunidad que se le brindase. Una distracción, un músculo
relajado, un parpadeo… En su mente bullían tantos deseos de estrellar su boken
contra esa rubia cabeza, pero le costaba tanto encontrar…
Se movió.
En un único movimiento,
tan grácil que parecía imposible para un ser humano; Doji Kirei desenvainó,
avanzó y tocó su pecho con el boken.
Kenjiro quedó atrapado un instante
en aquella mirada de hielo, para después regresar de pronto a la realidad. El
público enloquecía, maravillado ante tal muestra de gracilidad. El boken del
joven Kirei golpeó el aire y fue lentamente recogido hasta envainarse sin que
el rostro del Grulla se alejase lo más mínimo de aquella expresión de inmensa
concentración. inclinó la cabeza lenta y candorosamente ante al hombre al que
acababa de vencer.
Kenjiro devolvió el arma al cinto,
su contrariedad escondida tras su siempre dura mirada. Aun consumido por la
rabia, no podía negar que la realización del movimiento había sido totalmente
perfecta: ni uno solo de sus músculos había vacilado un ápice, la trayectoria
había sido al mismo tiempo rápida y delicada, certera pero controlada. Ni
siquiera había alterado su expresión facial. Apretó los dientes para resistir
inclinarse profundamente ante el vencedor, antes de dejar el boken sobre la
tarima y salir de la pista.
-
Ide Ryosei y Akodo Yamato.
Akodo-sama, comenzad- dijo un juez.
-
Por
favor, Ide-san; os ruego que seáis vos quien comience a concentrarse primer.
El Unicornio le miró
sorprendido, impresionado por aquella muestra de honor. El Grulla había estado
obligado a hacer aquello por la fama de la cortesía de su Clan, pero se trataba
de un Campeonato Gema: no hubiera esperado algo así de ninguno de los otros
contrincantes, tan dispuestos conseguir el honor y la gloria del vencedor. Agradeció
el gesto con un dubitativo asentimiento. Después de que adoptase la postura del
duelo, el Akodo le imitó y clavó sus ojos en él.
Ide Ryosei pudo ver más claramente
que nunca los rasgos físicos del Akodo; pero no fueron sus fuertes músculos lo
que lo impresionó, sino sus ojos oscuros. Su mirada ardiente, que se enfrentaba
a la suya con fuerza, despidiendo coraje en todas direcciones como chispas
lanza una hoguera. Supo de inmediato que se trataba de un contrincante temible,
que no se rendiría jamás. Buscó en él puntos débiles, pero no los encontró. Tan
sólo se topaba, una y otra vez, con la voluntad de su espada, con la fortaleza
de su postura. Se sintió flaquear, no podía hacer nada contra aquello. No había
grietas en aquella roca, no que él fuera capaz de ver.
Un leve brillo en los ojos de su
rival le desveló que atravesaban sus defensas y descubrían sus debilidades.
Apretó los dientes al ver fugazmente el arma de su contrincante abalanzarse
sobre él, y se preparó para aceptar una derrota humillante e inevitable.
Apenas le rozó.
Miró al León atónito. Todo el
público les observaba, los Daimyos de los clanes, el propio Emperador. Y sin
embargo el Akodo no había aprovechado su debilidad para hacerse crecer ante los
ojos de todos. El boken le había dado, sí, pero había sido el golpe más leve
que el jinete hubiera recibido en su vida. Se mantuvieron la mirada mientras el
vencedor recogía su arma, y después Akodo Yamato lo miró a los ojos con el
cálido respeto que se ofrece a un igual, antes de inclinar la cabeza ante él.
-
Ha sido un honor enfrentarme de nuevo a vos.
Tras unos instantes
de inmovilidad, el Unicornio envainó el boken y se inclinó profunda y respetuosamente
ante el vencedor. Cuando ambos se se alejaron de la pista, no pudo evitar
seguirle con la mirada.
Jamás dejaría de
sorprenderle el honor que aquel samurai mostraba.
Yuna alzó una ceja al mirar a su
contrincante avanzar hacia la pista. El clan del Cangrejo vigilaba la Muralla Kaiu, la frontera
que separaba el Imperio Esmeralda de las Tierras Sombrías: reino de Fu Leng, el
kami caído; que era hogar de monstruos y quimeras, paisaje siempre cambiante y traicionero. Las
criaturas que allí habitaban poseían garras afiladas como cuchillas, venenos
ponzoñosos; y el golpe de la más fuerte katana apenas los afectaba.
Mientras la fuerza de los
ejércitos Leones residía en la fuerte coordinación de sus unidades, el poder de
los Cangrejo era el de cada uno de sus individuos. Debían poder no sólo
sobrevivir, sino vencer, en las tierras malditas más allá de la Muralla Kaiu;
fuera en grupo o en solitario. No era ningún secreto que la ceremonia de
iniciación o gemppuku Cangrejo consistía en enviar a los jóvenes a las Tierras
Sombrías, permitiéndoles regresar tan sólo cuando obtuvieran la cabeza de uno de
los monstruos que habitaban aquel infierno. Muchos morían en el intento… pero los
que regresaban eran bestias humanas capaces de enfrentarse a cualquier
monstruo. Así, los Cangrejo eran de los guerreros más fuertes y temibles del
Imperio Esmeralda.
Sin embargo, todo aquello
favorecía a Yuna en esos instantes. Ocupados sobreviviendo a su misión de
proteger el Imperio, las cuestiones de etiqueta y corte eran como mínimo poco
populares entre los guerreros de la Muralla. Esperaba
que el duelo ceremonial no fuera algo ampliamente practicado.
Hida Kaneshi se situó frente a
Yuna junto a la tarima de bokens, y se rió socarronamente. Le sacaba al menos
dos cabezas de altura, como a todos los demás participantes. Para mirarse a los
ojos desde tan cerca, ella debía alzar el rostro tanto que su moño rozaba su
espalda, él debía pegar la barbilla al cuello.
El Cangrejo dejó su tetsubo
apoyado en el suelo y contra la tarima. Yuna no pudo evitar alzar las cejas al
percatarse de que el arma de hierro tendría el diámetro de una de sus piernas.
Al instante supo que si intentaba levantarlo, sería una humillación.
-
¿Lista?- le dijo.
No había añadido “pequeña” tras
aquella palabra, pero los brazos en jarras del guerrero y su mirada burlona lo
gritaban en lugar de sus labios. Yuna simplemente sonrió tras su velo y deslizó
suavemente uno de los bonkens en su cinto de seda, deleitándose cruelmente en
la poca destreza que alguien acostumbrado a un pesado tetsubo tendría con una espada
de madera.
-
Bayushi Yuna, comenzad.
Adoptó la postura
del duelo y comenzó a concentrarse. Suyo era el primer turno, pero no lo cedió
como hiciese el León. Aquello sólo alejaría la victoria más de sí, y tenía
claro que su objetivo era ganar aquel Campeonato.
Se hizo el silencio de nuevo.
Ambos aspirantes se midieron, buscando sus puntos débiles, buscando una
distracción.
Yuna se dio cuenta enseguida de
que no debía subestimar a su enemigo. Era dos veces ella, por lo menos. Sus
músculos eran tan recios como el hierro de su arma, era posiblemente capaz de
cortarla en dos con la espada de madera. Y ya que dudaba mucho del autocontrol
del guerrero, probablemente la hiriera de gravedad si la alcanzaba. Sería un
problema para el resto de pruebas. Internamente se alegró de no haberse
enfrentado a él en cuerpo a cuerpo…
Se maldijo, y se obligó a
recuperar la concentración inmediatamente. El Cangrejo no parecía haber captado
su distracción. Respiró hondo.
Se centró en analizar a su
contrincante intensamente… y comenzó a ver pequeños detalles. Cómo agarraba torpemente
aquella pequeña empuñadura, tan poco usual. Cómo cambiaba el peso de un pie a
otro, incómodo con la postura del duelo. Cómo su rostro parecía contraerse con
enfado a medida que sus ojos la escudriñaban. Yuna mantuvo la postura firme, la
cabeza erguida, los ojos fijos.
Se estaba impacientando… y Yuna
supo que aquello le daría la victoria. Acabaría por atacarla. Su enorme tamaño le
impediría realizar un movimiento fluido. Su boken se trabaría, o avanzaría
torpemente… y ella podría contraatacar. Tan sólo tenía que esperar, mantenerse
firme e inmóvil hasta que el Cangrejo explotase de ira como en el anterior
enfrentamiento. Respirando hondo para soportar la tensión de todos sus
músculos, su guardia perfecta, su mente focalizada; Yuna esperó.
Desde lejos, el resto de samurais
observaba el duelo con atención. Kenjiro entre ellos. El sol estaba alto en el
cielo, llenando de calor la pista y todos los alrededores... Tanto, que el aire
caliente parecía emborronar las siluetas de los luchadores; nublarlas; y quitar
el aire de quien observaba…
-
¿Mirumoto-san?- oyó que le preguntaban, justo
antes de perder el equilibrio.
Con un kiai salvaje,
Yuna cargó.
Y su boken se
estrelló con fuerza contra la cabeza de Kaneshi.
Aún llevando el impulso de su ataque,
atontado por el fuerte golpe, el Cangrejo trastabilló pero sin llegar a caer al
suelo. El silencio abandonó el estadio para dar paso a los aplausos del
público.
Hida Kaneshi agitó la cabeza y fulminó
a Yuna con la mirada, mientras ella recogía el boken y lo devolvía casi seductoramente a su cinto. Lo más correcto en un duelo era dar golpes suaves, pero la Escorpión no se había
contenido en absoluto; quizá no había podido, quizá por humillarle y quedar así
ella por encima… Había sido como una roca inmóvil ganando a una ola furiosa,
ridículo e incomprensible. La derrota lo enfurecía, pero ya lo habían
amonestado por su comportamiento en la anterior prueba; por lo que hizo un
esfuerzo para mantener su voz en lo más profundo de su garganta. Aún mirándola
con rabia, no tuvo otra opción que inclinarse ante la Bayushi.
Ella inclinó la cabeza hacia él, aunque
con una leve sonrisita para sí; por su puesto oculta tras su velo. Había
vencido, y por todo lo alto; pensó mientras el Hida arrojaba el boken contra la
tarima.
-
¡Mirumoto-san!- exclamó Yamato.
Ambos samurais cayeron
al suelo. Yamato había notado movimiento a su lado, y se había girado para ver
cómo Kenjiro se tambaleaba antes de caer de espaldas. Pero el León había
reaccionado a tiempo, se había lanzado a cogerlo; y ahora ambos estaban en el
suelo, Kenjiro yaciendo en brazos de su rival.
-
¿Estáis
bien? ¡Shugenjas!- llamó el Akodo.
Kenjiro trató de tomar aire, pero todo le daba
vueltas. Parpadeó, consiguiendo aclararse la vista. Sentía hormiguear sus
manos. Unos brazos lo ayudaron a incorporarse, y pudo ver que Akodo Yamato lo
miraba con preocupación. A su lado se arrodilló apresuradamente el aspirante
Fénix, que lo observó detenidamente un instante… y lo miró a los ojos, con una
expresión mezclada entre la preocupación y la incredulidad.
-
¿Qué ha
ocurrido?
Los shugenjas del
Campeonato Topacio también habían acudido rápidamente junto al guerrero caído,
si bien no se habían encontrado prácticamente a su lado como Inomaro.
-
N-no lo
sé, me he mareado…- murmuró el aturdido Dragón.
-
Vamos
dentro- indicó uno de los médicos mientras él y el Akodo le levantaban.
-
Puedo…
estar equivocado, pero… quizá esté bajo los efectos de algún veneno-
informó el Agasha.
Kenjiro le miró
atónito, del mismo modo que los shugenjas.
-
Lo
tendremos en cuenta- dijeron con aire sombrío antes de llevarse a
Kenjiro en dirección al área de curación.
León y Fénix vieron alejarse a su
compañero. No temían por él, pues los shugenjas del Campeonato Topacio curarían
el mal que tuviese, si les era posible. Sin embargo, ambos estaban sumidos en
la confusión.
En esos momentos la Escorpión se acercaba a
ellos, habiendo finalizado su combate. El León se recordó que
debía ser cordial con ella, por incómodo que se sintiera en su presencia.
-
Saludos. Akodo-san, Agasha-san… ¿Qué ha ocurrido?
He creído oír voces de alarma desde la pista.
-
Mirumoto-san,
el aspirante Dragón, ha sufrido una leve indisposición- dijo el Fénix- Sin
embargo no hay de qué preocuparse, pues ya está a cargo de los shugenjas.
-
Entiendo…
-
Os pido
perdón por haber interrumpido vuestra concentración- dijo el León con una honda
inclinación.
-
Oh, no
es necesario, Akodo-san- respondió ella inclinándose a su vez- Creo que ha sido
al finalizar el combate.
-
Hemos
estado observando. Enhorabuena por vuestra victoria- la felicitó Agasha Inomaro.
-
Gracias- dijo aceptando sus felicitaciones con
una inclinación de cabeza.
-
Sí, gran
combate- concedió el León, mas porque el honorable León no había visto a Yuna
golpear con fuerza al Cangrejo debido al incidente con Inomaro.
Yuna se sintió complacida con la actitud natural del shugenja. Había temido que el Fénix le dedicara alguna sonrisa especial, como guiño
de su pequeño acuerdo, pero se estaba mostrando suficientemente sutil como para
que no se sintiera preocupada por que los delatara a ambos con sus
acciones.
-
Vos
también habéis luchado bien contra el aspirante Unicornio, Akodo-san- dijo la mujer.
-
Gracias.
Yamato miró al Fénix un instante, desconcertado. No sabía si sería una
falta de educación preguntarle a Inomaro por un combate que no había realizado
él, sino su yojimbo. ¿Debía preguntarle como si hubiera peleado él, tal y como
los jueces asumían, a pesar de que fuera obviamente mentira? Pero desde luego,
no preguntarle sería muy descortés por su parte. Y Tanto la honestidad como la
cortesía eran cualidades del samurai.
-
¿Qué tal
vos, Agasha-san?- preguntó Yamato ambiguamente.
-
Bueno,
el estilo de duelo de los Mantis es bastante distinto al del interior. No he
superado la primera ronda- respondió él también de forma ambigua.
Por la expresión del shugenja,
parecía complacido por su interés; por lo que Yamato respiró tranquilo. En la
sociedad rokuganí, cada palabra y cada gesto podían desencadenar una grave
ofensa.
-
He de marcharme. Mi turno es el próximo- anunció
el León.
-
Suerte, Akodo-san- dijo Inomaro con una sonrisa
sincera.
-
Sí, suerte- dijo Yuna con tan sólo un ápice de
sarcasmo que tan sólo Inomaro, junto a ella, captó.
El Fénix no supo a qué se refería
la samurai-ko hasta que vio que el contrincante del León era Doji Kirei.
Habiendo sido eliminados los
aspirantes Dragón, Unicornio, Fénix y Cangrejo; la segunda ronda del Campeonato
Topacio comenzó con el enfrentamiento León-Grulla.
Mientras Yamato y Kirei se medían
con la mirada, Kenjiro regresó junto a sus compañeros para mitigar sus
preocupaciones, indicando que nada malo ocurría: tras comer algo y beber un
poco de sake, su cuerpo había recuperado su anterior vigor. Los shugenjas le
habían quitado importancia al asunto; achacando su mareo a un desayuno débil, a
los nervios del Campeonato y al implacable calor del sol de mediodía.
Yuna expresó en voz alta su
alegría por su recuperación antes de excusarse para marcharse: no le gustaba la
idea de que la vieran hablando con el Dragón que tan sospechosamente se había
mareado durante una de las pruebas del Campeonato Topacio. No había hecho nada,
pero ah, qué poco solía importar la verdad frente a las apariencias.
Kenjiro no opuso objeción alguna a
que Yuna se alejara, pues deseaba hablar a solas con Inomaro. En su
entrenamiento en las montañas había soportado altas y bajas temperaturas, en
todo tipo de condiciones; por lo que no estaba satisfecho con las explicaciones
de los shugenjas. Y éstos no le habían hecho ningún caso cuando había intentado
exponer sus argumentos.
No quería pensar, ni mucho menos
decir en voz alta, que el Campeonato estuviera siendo amañado; pero no
descartaba que su transacción de aquella mañana hubiera sido menos limpia de lo
que hubiera cabido esperar. Por lo que, habiendo visto sincera preocupación en
la mirada del aspirante Fénix y creyendo que los shugenjas del Campeonato tendrían
cosas más importantes que hacer que ayudarlo una vez ya estaba recuperado,
había decidido recurrir a él.
-
¿Puedo hablaros, Agasha-san?
-
Por supuesto, Mirumoto-san. ¿Ocurre algo?
-
Este dinero- dijo sacando una pequeña bolsa del
interior de su kimono- Es nuevo para mí, lo he recibido hoy. Me preguntaba si
alguna sombra venenosa estaría oscureciéndolo, y si vos podríais ayudarme a
averiguarlo.
El shugenja supuso que sería el
cambio que alguien le hubiera dado por alguna transacción.
-
Por su
puesto, así lo haré.
-
Os lo
agradezco mucho, Fénix-san- dijo con una profunda reverencia.
En realidad, la noche anterior una
doncella de la posada había deslizado una nota hacia el guerrero Dragón bajo
una botella de sake. Parecía pedirle ayuda sobre algo de un hermano suyo. No
queriendo inmiscuirse en el manejo de su local, le había parecido lo más
correcto avisar al regente de la posada, el tal Shosuro Ukio. Aquella mañana en
su kimono limpio había encontrado una bolsa con monedas, y había sentido que
había hecho algo bueno. Ahora se replanteaba bastante si había sido una buena
idea aceptar dinero de un Escorpión.
En esos instantes el
público estalló en vítores. En la pista, vieron a Akodo Yamato inclinándose
ante Doji Kirei, que había vuelto a vencer.
Mientras los aspirantes Mantis y
Escorpión introducían sus bokens en sus cintos y Yoritomo Keita comenzaba a
concentrarse, Akodo Yamato distinguió a lo lejos al aspirante Dragón, apoyado
en la baranda que daba a la arena, al otro lado de la pista. Como en todos los
combates y como a todos los aspirantes, había observado su enfrentamiento con
el aspirante Grulla con gran atención… Y había descubierto algo que no le había
gustado.
Él había peleado anteriormente
contra Kenjiro, mientras practicaban iaijutsu en la posada Escorpión en la que
se hospedaban. Como sus enseñanzas León le habían inculcado, había analizado su
modo de luchar en aquella contienda. Y aquellos movimientos torpes, aquel
incorrecto agarre del arma; se habían desvanecido durante el torneo de iaijutsu.
No quería creerlo, pero no era
capaz de ignorar que Kenjiro había fingido durante su enfrentamiento. Como
había demostrado plantando cara fuertemente a Doji Kirei, era un representante
bastante decente de la escuela Mirumoto. Sin embargo había fingido ser menos
experto para que él; y la
Escorpión, que también se había hallado presente; lo creyeran
una amenaza menor, para que bajaran la guardia.
Yamato seguía el Bushido con todo
su corazón, tan intensa y fervientemente como las hojas de los árboles se
estiran hacia el ardiente sol en busca de su luz y calor. La sinceridad era una
de las cualidades fundamentales del samurai, y si bien Kenjiro no le había
mentido directamente, pues nunca de sus labios habían salido palabras al
respecto a sus habilidades en duelo; para el estricto Yamato aquello no había sido
sincero. Había creído encontrar en Kenjiro un compañero, pero se daba ahora
cuenta de que era alguien capaz de mostrar dos caras… algo imperdonable en un
guerrero bushi…
Los vítores del público lo sacaron
de su ensimismamiento. Se dio cuenta de que en su ofuscación se había perdido
el duelo Mantis-Escorpión, y se reprendió internamente. Aunque en parte lo
consolaba haber observado ya luchar a ambos aspirantes en duelos anteriores, el
análisis de los rivales era una importante parte de las enseñanzas Akodo. Pero
también los Leones tenían corazones ardientes, y la furia que guiaba sus
espadas en ocasiones ofuscaba su mente.
Al posar los ojos
sobre la arena y ver a Yoritomo Keita inclinándose ante la Escorpión, supo que la
final del torneo de iaijutsu se daría entre ella y Doji Kirei. El aspirante
Grulla se había mostrado un contrincante increíblemente formidable cuando
Yamato se enfrentase a él, y aunque la Bayushi lo había vencido en duelo con
anterioridad, dudaba que llegase al nivel del representante de duelistas Doji.
Yuna miró a su
próximo rival desde la distancia, insegura. Aquel tipo era un verdadero maestro
del iaijutsu, todo lo que cabía esperar de alguien de su Clan… y ella no era
una ninguna experta: sería complicado vencerle. Pero lo intentaría con todas
sus fuerzas, se dijo resuelta. Tan sólo un golpe bastaba para darle el punto de
aquella prueba.
“Sólo debes temer al Grulla”, había dicho Shosuro
Ukio…
Una ráfaga de aire
caliente agitó los cabellos y ropajes de ambos contrincantes. Sus armas,
alzadas; sus miradas, clavadas en el otro. Inmóviles. Expectantes.
Yuna respiró hondo. Tras dos
peleas su cuerpo estaba cansado, sus manos agarrotadas, su mente más dispersa.
Pero él no. Él, no. Su postura era tan perfecta que comenzó a sentirse torpe.
La suavidad con la que tocaba la empuñadura del boken le hacía preguntarse por
qué ella ejercía tanta fuerza sobre la madera. Mientras ella se sentía
flaquear, él parecía haber nacido para estar allí aquel día, en aquel momento…
Creyó ver un temblor en los ojos
del Grulla, y su corazón cabalgó ansioso con anticipación, pero desapareció tan
rápidamente que no estuvo segura de si realmente había ocurrido. Escudriñó su
rostro en busca de alguna debilidad, alguna duda… No pudo evitar fijarse en el
mármol de su hermosa piel, en el hielo de sus ojos, en la cascada de plata de
su pelo. No pudo evitar preguntarse si cuando lo había visto antes su rostro
había estado tan radiantemente pálido, o si es que el sol lo iluminaba más que
al resto de aspirantes. Sus brazos cubrían los puntos débiles de su torso. Sus
piernas estaban enraizadas al suelo. No había aberturas.
Se obligó a reafianzar su postura,
no debía mostrar sus dudas. Pero supo que él notaba su inseguridad. La Escorpión se sintió
vacilar, y mentalmente rogó ayuda a sus ancestros: el Vacío recorrió sus venas,
y le proporcionó mayor fortaleza.
Continuaron concentrándose. La
energía se acumulaba en ellos. El calor de la avanzada mañana se volvía
implacable. Lo vio respirar hondo por primera vez, calmada y lentamente, y supo
que él también debía sentirse algo cansado. Pero Yuna escuchaba en sus oídos
los latidos de su corazón, notaba gotas de sudor recorriendo su espalda.
Mientras ella tragaba saliva, la serena seguridad que el Grulla emitía le
revelaba continuamente que, a su pesar, nada podía hacer contra aquel enemigo.
La sombra de aquella
sonrisa en sus labios…
Como si el tiempo
fluyera viscoso como la miel, le vio tensar los músculos de las piernas y avanzar
un paso hacia ella enarbolando el boken. Incapaz de reaccionar a tiempo; por un
instante sólo pudo pensar en cómo el arma de madera parecía acariciar el aire
con el que se encontraba…
Perdió el
equilibrio.
El arma vaciló a
medio camino, en un movimiento algo torpe; ofreciendo a Yuna la oportunidad de
atacar.
Desenvainó y cargó.
Apenas golpeó el hombro del
Grulla, el guerrero se desplomó sobre la arena.
El público se
deshizo en exclamaciones, sorprendido y preocupado por la suerte del samurai.
Yuna se quedó mirándole un instante, totalmente sorprendida.
¿Qué había pasado? Había
reaccionado automáticamente, mas ahora lo sucedido le resultaba incomprensible.
Él había comenzado el ataque, pero al avanzar en su dirección, la pierna
parecía haberle fallado un poco. Dada la tensión del duelo, no le hubiera
llamado la atención… si no se tratara de alguien que parecía deslizarse más que
andar. Por añadidura, a pesar de que ella no le había dado con fuerza, el Doji se
había desplomado en el suelo como un muñeco de trapo.
Lo primero que
pensó, fue que algo raro le había pasado. Lo segundo que, desde luego, le iban
a echar la culpa a “la
Escorpión”.
Así que se arrodilló
inmediatamente junto al caído.
-
¿Estáis
bien?- preguntó con la voz muy teñida de preocupación.
El Grulla se medio
incorporó con su ayuda, asintiendo con vacilación. Su rostro estaba pálido, sus
ojos temblaban; parpadeaba intentando volver a controlar su vista. La Escorpión comenzó a ponerle
en pie, pero en el momento final su rival rechazó suavemente su ayuda. Se
terminó de levantar por sí mismo y, haciendo un visible esfuerzo; se inclinó
ante ella, admitiendo su derrota. Aun estupefacta, Yuna inclinó la cabeza en su dirección, y
el Grulla se dirigió con paso vacilante hacia donde los shugenjas ya se habían
reunido para recibirle y atenderle.
La joven samurai-ko
salió de la pista, tan extrañada como los demás… Pero pensando en el mareo de
Kenjiro, y atando cabos.
“Las Fortunas te sonreirán en el Campeonato...”
Los estandartes de
Heráldica, las preguntas de Etiqueta, la decisión del juez… Todo podía haber
sido simple y pura suerte. Pero aquello…
Los jueces no dieron
su veredicto hasta que el diagnóstico de Doji Kirei fue completado. Pero los
shugenjas pronto comunicaron que nada malo ocurría: el calor de aquel día había
sido especialmente acusado, que junto a la tensión del duelo había provocado al
Grulla un pequeño mareo; nada extraño teniendo en cuenta la dureza del
Campeonato y sus formidables participantes. El mismo Kirei había admitido
haberse sentido mal antes del duelo, cosa que no había dejado que transcendiera
a su rostro ni gestos, y que mucho menos lo había alejado de la competición.
Todos pudieron pronto ver al Grulla sentado junto a otros de su clan con
aparente calma, comiendo algo y asintiendo a lo que un shugenja le decía.
Parecía estar bien.
El alivio recorrió
almas y corazones de público y contrincantes. Aunque todos habían visto que el
golpe de su oponente había sido leve, por un momento habían creído que algo le
había ocurrido a uno de los aspirantes Topacio.
Pero aclarado el
asunto, el Campeonato se retomó. El juez alzó la voz sobre el murmullo general
para adjudicar el punto del torneo de iaijutsu a Bayushi Yuna; arrancando con
ello los aplausos del público.
Como después de cada prueba,
decenas de hombres corrieron a la arena. Mientras los aspirantes felicitaban a
la vencedora del torneo de iaijutsu, los jueces comentaban con sospecha los
últimos acontecimientos, el público chismorreaba jugosamente sobre la debilidad
del aspirante Grulla y los Daimyos discutían si el aspirante Unicornio lograría
el punto que lo igualara a la aspirante Escorpión; sirvientes de confianza del
Daimyo Comadreja se apresuraron a recoger los enseres que habían sido
necesarios para la prueba anterior y a colocar los correspondientes a la
siguiente. Uno de ellos cogió los diez bokens de la tarima y se los llevó
rápidamente, debía llevarlos a una sala interior del estadio. Los arcos y las
flechas de la siguiente prueba estaban colocados en su lugar antes de que se
hubiera alejado un par de metros de la tarima.
Corriendo apresuradamente por el
pasillo que conectaba el exterior e interior del edificio, chocó con alguien.
Algún sirviente suelto que había presente lo vio tropezarse, trastabillar, y
maldecir al idiota que se ponía en medio. No vieron cómo dejaba que los dos
bokens que sujetaba con la mano izquierda le fueran arrebatados y sustituidos
por otros dos mientras intentaba hacerse pasar. Oyendo una disculpa tras de sí
a la que no hizo caso alguno, siguió corriendo hasta llegar a una sala interior
del estadio donde se habían reunido varios shugenjas. Dejó las armas en el
suelo y se arrodilló apoyando la frente en el suelo.
-
Ah, bien. Ya están aquí.
-
¡Esto es totalmente innecesario! ¡Hemos tomado
medidas de sobra!
-
Estoy de acuerdo. Sin embargo, son las órdenes
del Daimyo Comadreja.
-
Retírate- le ordenaron, y obedeció.
-
Es respetable que quiera asegurar…- oyó mientras
se alejaba.
No se quedó a escuchar. Debía
encontrar rápidamente algún lugar oculto donde, si sufría algún tipo de mal,
nadie lo viera.
Capítulo ocho: Campeonato Topacio (tercera parte). Desenlace del Campeonato.
Capítulo ocho: Campeonato Topacio (tercera parte). Desenlace del Campeonato.
He de pedir disculpas/hacer aclaraciones por varios detalles en este capítulo.
ResponderEliminarPrimero: Inomaro y su yojimbo... Sé de sobra ahora, y no cuando otra persona manejaba el argumento de esta historia, que un shugenja no iría aun campeonato de bushis; donde hay pruebas de esgrima para alguien que no lleva katana. En la partida original, el shugenja no participó en esa prueba y punto. No es algo justo. Inomaro no sabe iaijutsu y hacer que lo supiera lo cambiaría como personaje; y además altera algo que ocurre más adelante en la historia. Así que un yojimbo pelea por él, como ocurriría en un duelo de verdad, y se valora a Inomaro en función de su guardaespaldas: cosas más raras se han visto en Rokugan xD Así que si hay alguien que sepa mucho sobre Leyenda que vea ahí una gran falta, lo siento, pero es la mejor solución que se me ha ocurrido.
Segundo: uno de los inconvenientes de ir subiendo a medida que voy escribiendo, es que si luego caigo en algo o lo quiero cambiar... es tarde. En el capítulo cuatro Shosuro Ukio le dice a Yuna en una nota que "intentarían que el León no participase". Pues bien, bien pensado; si realmente lo intentasen lo conseguirían y en el Campeonato al final no le pasa nada, y además no les vale de nada quitar al León del medio, así que he omitido esa parte. También he quitado eso del capítulo cuatro.
Por lo demás, espero que os haya gustado :) Atentamente,
Bayushi Yuna
El grulla mola un montón xD vaya paliza que les da a todos :p aunque menudo tongo!! xD A ver si escribes cómo ha pasado todo lo del torneo en las sombras! ^^
ResponderEliminarMe ha gustado cómo se comporta el León acorde a las enseñanzas de su clan (rozando a veces la estupidez hay que decir xD)por ejemplo en el combate con el unicornio que parece que Akodo es muy bestia y se controla un montón para no machacar al contrario. No como Yuna jajaja pobre cangrejo. Pero en general los combates han quedado muy bien sobretodo por las diferencias de estilo y los pensamientos que tenia cada participante que los definen bastante bien creo yo.
Ya sólo falta la prueba de tiro con arco no? ^^ Ya llegamos a lo nuevo!! =)