Esta parte es bastante distinta de como era originalmente. Junta la primera vez que los samurais van a la corte, con una trama totalmente nueva.
Veréis, hace años que hice esta partida, ambientada en un momento histórico del mundo de Rokugan que se verá más adelante cuál es. Pues hace meses tuve la enorme suerte de que un amigo mío me prestase un libro, llamado El Escorpión. Parece ser una historia ambientada en La Leyenda de los Cinco Anillos ambientada en el mismo momento histórico... visto desde el punto de vista de los Daimyos. Ahora conozco tanto el suyo como el de los samurais, lo que me permite hacer una historia mucho más rica. Por qué ocurren las cosas que ocurren.
Poner fragmentos de los propios Daimyos. Y uno de esos fragmentos aparece aquí. Ante vosotros y todo el que lo lea admito que la conversación entre Bayushi Shoju y Togashi Yokuni no me pertenece, sino que es un fragmento del anteriormente citado libro. Oportunamente modificado para que tenga sentido dentro de la historia. Pero es perfecto para el momento. Enjoy!
Capítulo nueve: La Campeona Topacio (primera parte).
“Por el bien del
imperio, un hombre puede abandonar su honor. Por el bien del Imperio, ¿haría
alguien menos?”
Al regresar del Campeonato; Yamato visitó los
establos de la posada Escorpión. Se acercó a su caballo, que se alegró de
verlo. El animal había sido bien alimentado y cuidado, como pudo comprobar
enseguida. Acarició su cuello con cariño.
“No he ganado el Campeonato, pero he tenido el honor de
enfrentarme a valiosos enemigos”, se dijo.
Una tos sibilante tras
de sí atrajo su atención, y vislumbró a un niño que portaba dos cubos de agua
que juntos eran más grandes que él. Parecía pálido, y pronto se paró a respirar
y toser de nuevo.
“Debe ser él”, pensó entonces el samurai.
Dos días antes, en
la víspera del primer día del Campeonato; había acudido a sus habitaciones una
doncella de Ukio. Le había rogado ayuda; pues su hermano, que cuidaba de los
caballos, estaba muy enfermo y moriría si seguía trabajando tan duramente.
Yamato tenía muy en cuenta la virtud de la compasión del samurai, por la cual como
guerrero debía ayudar y proteger a quienes estaban por debajo de él, así que
había decidido intentar ayudarla.
-
Chico,
¿qué te pasa?
El niño ahogó un
grito y se echó al suelo, con la frente hundida entre la paja del establo.
-
¡Lo
lamento, samurai-sama, no pretendía molestaros! ¡Disculpadme, por favor; no era
mi intención hacer ruido…!
-
Tranquilo.
Eh, tranquilo- dijo hincando una rodilla delante de él- Mírame.
El chiquillo alzó la
cabeza con miedo y sorpresa. El samurai estaba a su altura… Yamato sabía que
eso era en cierto modo un insulto a su honor, pues se trataba no sólo de un
niño sino de un simple campesino; pero le inspiraba lástima ver un niño tan
pequeño sufriendo, y quería tranquilizarlo.
-
¿Estás
enfermo, pequeño?
-
Sí, mi
señor… Me cuesta respirar. Pero no pasa nada, no es contagioso…
-
¿Por qué
no descansas unos días?
-
Mi
hermana y yo vivimos aquí a cambio de nuestro trabajo, señor; y además sé que
no me voy a recuperar… No es que me haya puesto enfermo. Siempre he estado así.
El samurai lo miró
con preocupación. No debería ser muy complicado encontrar alguna cura, alguna
que probablemente el niño no pudiera permitirse… pero que era posible que él
consiguiera pidiendo un favor a un shugenja que conocía.
-
Voy a ir
a por un amigo mío para que te vea, ¿de acuerdo? No te vayas.
-
No, mi
señor…
Pronto regresó con
Agasha Inomaro, que se había dispuesto inmediatamente a ayudar a su compañero
ante su petición. Miró al niño alzando una ceja. No supo a simple vista de qué
enfermedad se trataba, y aquella referencia a que “siempre había estado así” lo
desconcertaba de sobremanera. Quizá sufriera algún tipo de maldición, aunque
era extraño en un simple campesino…
-
Dime,
¿siempre has vivido en esta ciudad?- preguntó al chico mientras
comenzaba con su examen; procurando ni ponerse a la altura del campesino ni
tocarle más de lo necesario.
-
Sí,
shugenja-sama… Pero mi padre viajó mucho. No le conozco, pero mamá dice que fue
samurai.
No fingió interés
por la vida del niño, por lo que nadie dijo más durante unos minutos. Pronto
Yamato vio aflorar en el rostro del Fénix una expresión preocupada, incrédula;
y le vio repetir parte del examen. Su rostro se ensombrecía más a cada momento.
-
¿Algo va
mal?
Inomaro giró la
vista hacia él, y durante un largo instante se le quedó mirando con ojos inseguros.
-
No. He
descubierto qué enfermedad es, y ahora voy a curarlo- respondió
lentamente.
-
Bien…- respondió
el León.
El shugenja comenzó
a articular complicados gestos con las manos, situado frente al niño y
musitando palabras en un lenguaje que el Akodo desconocía…
… pero de pronto
Inomaro extendió las manos hacia él, y Yamato se hundió en la oscuridad.
El chiquillo ahogó
una exclamación al ver al guerrero León desplomarse en el suelo. Durante un
aterrador instante creyó que estaba muerto, y que el shugenja le iba a matar
después; pero enseguida le oyó roncar suavemente.
-
Tienes
que irte de la ciudad- le dijo el shugenja de forma apremiante- Coge a tu hermana y salid de aquí los dos lo
más rápido posible.
-
Pero…
Pero no puedo irme… Nee-san dice que aquí estamos seguros, Ukio-sama nos da
comida, nos…
El Fénix puso un
koku en su mano.
-
Vete,
¡ahora!
Agasha Inomaro subió
las escaleras rápidamente, procurando parecer calmado a pesar del redoble de su
pecho. Llamó a la puerta y esperó lo que le pareció una eternidad.
La puerta se abrió,
y unos ojos se clavaron en él con curiosidad.
-
Bayushi-sama- dijo él inmediatamente- Espero no
importunaros…
-
En absoluto- respondió ella levemente.
-
¿Puedo…? ¿Puedo pasar a hablar con vos un
instante?
La mujer dedicó un
par de segundos a mirarle largamente, tras lo cual se echó a un lado para
dejarle pasar. Inomaro entró, y tras un gesto de la Escorpión se arrodilló ante
una mesa baja que había en el centro de la habitación.
No se arrepentía de
lo que había hecho, pero no sabía muy bien qué hacer. Su mente analítica había sopesado
todas sus posibilidades, y determinado que lo mejor que podía hacer era no
hacer nada. Sin embargo, su espíritu se sentía intranquilo… y necesitaba un
aliado. No tenía familia ni amigos en la ciudad… y ¿cuál de sus compañeros
samuráis podría ser más proclive a apoyar su nefasto comportamiento que… la
Escorpión?
-
Me sorprende gratamente que vengáis a verme,
Agasha-san- dijo ella arrodillándose frente a él- Hasta ahora apenas hemos
podido hablar entre nosotros.
“Sé que buscas algo de mí. Adelante”, le decían sus ojos.
-
Veréis… He tenido un... pequeño incidente. Nada
grave. No ha resultado nadie herido. Con… nuestro compañero León.
Sus ojos se abrieron
un poco y su cabeza se ladeó con curiosidad.
-
Estábamos en el establo cuando…
-
Disculpad que os interrumpa, Agasha-san- dijo
ella- ¿Dónde se encuentra Akodo Yamato ahora?
-
En el establo… durmiendo.
Alzó las cejas con
expresión divertida.
-
¿Por cuánto tiempo?
-
No lo sé. Depende de la fortaleza de su cuerpo.
Y después, seguro que viene a buscarme…
-
Inomaro-san, ¿seríais tan amable de oficiar
ahora la ceremonia del té que antes os he pedido esta mañana?
Inomaro se quedó un
instante sumido en confusión. ¿Una ceremonia del té? Él necesitaba hablar con
ella. Dudaba de si en su estado de nervios podría oficiar una ceremonia decente…
Y además, aquella mañana Yuna no le había pedido ninguna ceremonia del té.
Pero hiló enseguida.
Akodo Yamato aparecería en cualquier momento buscándolo… Era mejor que si lo
encontraba, pareciera que estuviera ofreciendo a Bayushi-san una ceremonia que
ella le hubiera pedido anteriormente; en lugar de confesando nerviosamente sus
acciones a la Escorpión en busca de su apoyo.
-
Sí. Sin duda.
Se levantó y se
asomó al pasillo para pedir que trajesen agua caliente. Junto a la puerta de la
habitación había un juego de té, que Inomaro fue a buscar y empezó a preparar
sobre la mesa baja. El agua no tardó en llegar, e Inomaro comenzó su tarea con,
la verdad, poco interés en lo que hacía. A ella no pareció importarle.
-
Proseguid- susurró.
Así que le contó lo
que había ocurrido. Cómo Yamato le había pedido ayuda para curar a un
campesino. Cómo al llegar a inspeccionar al campesino… había sabido a ciencia
cierta que si no hacía desaparecer al niño sin que el samurái León lo pudiera
seguir, aquella pequeña vida hubiera estado condenada.
Y lo que había
hecho.
Yuna lo miró un par
de segundos sin decir nada.
-
Habéis
lanzado un conjuro contra Yamato-san…- repitió lentamente con incredulidad.
-
Sí-
admitió el shugenja con un suspiro.
-
¿Cuándo ha ocurrido todo esto?
-
Ahora mismo. Como os he dicho, Akodo-san
continúa abajo.
El samurái Fénix
tendió una taza de porcelana a Bayushi Yuna. Ella la tomó y la sostuvo en las
manos, pero no bebió; toda su atención estaba puesta en él.
-
No comprendo por qué decís que el niño hubiera
muerto si no- dijo lentamente.
-
No puedo
estar seguro del todo, no soy un experto en la materia… pero hubiera jurado que
ese niño tenía la Mancha- dijo el afectado Fénix- Desconozco por
qué, si bien dijo que su padre había sido samurai. Podría haberla traído
consigo de las Tierras Sombrías, y concebir en ese estado al pequeño.
Los labios de Yuna
se entreabrieron tras su velo por la sorpresa. Era la manifestación del poder
de Jigoku, que como tal trataba siempre de extender la naturaleza del Reino de
la Maldad: la violencia, el odio, el terror, el dolor y la destrucción.
Retorcía y mutaba todo cuanto tocase, pervirtiendo cualquier ansia y deseo
hasta sus peores posibles consecuencias, destruyendo la vida y dando poder a la
muerte. Las criaturas vivientes con una fuerte infección de la Mancha exhibían
desagradables mutaciones cada vez más grotescas, al tiempo que sentían ansias
violentas y enfermizas y escuchaban voces que les instaban a realizar actos
malvados y destructivos. En último término, la Mancha consumía a su víctima por
completo, convirtiéndola en un terrible monstruo.
No era ilegal vivir
con la Mancha, aunque sí lo era ocultarlo… y se consideraba un crimen muy
serio, ya que cualquiera con la Mancha tenía el potencial de extenderla,
poniendo en peligro al resto del Imperio. Un individuo hospedador de la Mancha
sufría severas restricciones sociales, teniendo prohibido casarse o tener
hijos, así como acudir a eventos públicos como festividades o a la corte.
Muchos cometían seppuku de forma inmediata para purgar la vergüenza de su
estado a su familia. La Mancha siempre se agravaba, exceptuando excepcionales
casos de samuráis entrenados en una férrea autodisciplina. Y cuando era ya muy
grave, se terminaba con la vida del hospedador.
-
No podía
decírselo al Akodo, y no tenía otro medio para dejar al chico escapar…
-
Entiendo-
replicó la
Escorpión- Alguien de honor tan regio como nuestro compañero
León, no habría dudado un solo instante en entregar al pequeño a la justicia;
sin valerle la pena asegurarse de si estaba verdaderamente manchado. Y las autoridades
no se tomarían demasiadas molestias con un hijo de campesinos, ni le hubieran
procurado los caros pétalos de jade necesarios para su mantenimiento…
Inomaro asintió. Tras
un instante, Bayushi Yuna adoptó una expresión afectada.
-
Tan sólo
lo habéis dormido… pero habéis lanzado un hechizo para incapacitar a otro
samurái- murmuró casi para sí misma- Para permitir que un campesino pueda huir
de la justicia para salvar su vida… Yamato-san
tiene todo el derecho en denunciaros por atacarlo, o retaros a duelo. Todo… por
un simple niño.
Sus ojos no lo taladraron, ni su voz se
endureció en ningún instante. Pero Inomaro supo lo que ella quería decir además
de sus palabras: que ahora ella conocía un secreto suyo que podía traerle
infinidad de problemas, con el Akodo… y con la justicia. Y durante un instante
dudó si había hecho bien en acudir a ella.
Pero entonces ella le miró, la más dulce
expresión en sus ojos.
-
Pero
habéis mostrado ser compasivo, y ésa es una importante cualidad para un samurai-
continuó- No creo que hubierais podido tomar decisión mejor.
Inomaro soltó
lentamente el aire que había mantenido sin querer.
-
¿Qué deseáis hacer ahora?- preguntó la
Escorpión.
-
Creo que mi mejor opción es no hacer nada.
Fingir que se trató de un error. De hecho, muchas veces ocurre que los kamis…
desobedecen las órdenes del shugenja que los convoca, y hacen cosas distintas. Pero
si el León no me creyera, no sé qué haría. Si me denunciaría, o si me retaría a
duelo; o si su temperamento es tal que directamente decida atacarme. No lo sé,
no lo conozco.
-
Tranquilizad
vuestra alma, Agasha-san- dijo ella- Estoy convencida de que Akodo-san se
comportará como el samurái que es. Pero incluso si así no fuera, podéis contar
con mi apoyo. Si os denuncia, hablaré por vos. Podéis contar con mi katana
tanto si os reta a duelo… como si os ataca. Evidentemente no pretenderé hacerle
daño- dijo clavándole una dura mirada por un instante- Sin embargo,
comprenderéis que en ocasiones el acero detiene el acero con menos… daños
colaterales que la magia. No dudo que sepáis defenderos, y sin embargo, puede
ser mejor para todos que si Akodo Yamato carga contra vos enfadado, haya
alguien cerca que lo inste a mantener sus modales y a detener su hoja si es
demasiado ligera.
Un escalofrío de alivio recorrió su espalda,
e Inomaro respiró hondo al fin. Tenía un nuevo aliado… que a juzgar por su
mirada de piedra al haber hecho referencia en dañar al León, podría estar
dispuesta a más que a hablar para defender al shugenja. Se hablaba de que los
Escorpiones eran taimados, pero no dudaba de que les faltaran recursos. Y
seguro que Yuna tenía lazos con el resto de Escorpiones de la posada. Si
realmente Bayushi Yuna iba a apoyarlo y no le estaba engañando (y dudaba que
fuera así, porque de ayudarle él le estaría debiendo un favor), Inomaro estaba
rodeado por simpatizantes.
-
Sí… os
lo agradecería mucho, Bayushi-sama. No solo sois lo capaz que vuestro nuevo
título demuestra, sino comprensiva por añadidura.
-
Agradezco
vuestra cortesía- respondió ella- Procurad no separaros de mí hasta que la
tormenta haya pasado, o por lo menos, no quedaros a solas.
-
Así lo
haré.
Esa noche, los cuatro
aspirantes hospedados en la posada de Shosuro Ukio se reunieron en la puerta
del recinto, elegantemente ataviados: con motivo de la celebración del fin del
Campeonato Topacio, todos los aspirantes habían recibido una invitación por
parte del Daimyo Comadreja para cenar en compañía del resto de miembros de la
corte de Otosan Uchi y de los Daimyos de los clanes principales. El honor de
tal invitación era enorme, y llegar tarde sería un tremendo insulto hacia el
regente de la ciudad y sus invitados.
Shosuro Ukio había
tenido el enorme detalle de dejar en sus habitaciones unos kimonos de seda de
alta costura y gran belleza, cada uno con el color principal de su clan en tono
oscuro con un brillante mon de su clan. Al parecer, todos los aspirantes iban a
vestir de esa manera, para poder ser reconocidos entre la multitud.
Yuna había, además, utilizado
cada uno de los trucos que su madre cortesana le había enseñado: aquella noche
debía estar radiante, pues estaba destinada a honrarla. Su rostro, si bien aún
cubierto por su velo, estaba esmeradamente maquillado; su piel morena de
entrenar al aire libre había sido aclarada levemente, lo justo para no resultar
evidente; mientras sus ojos habían sido rodeados con negro khol. Su cabello
estaba recogido con un guardapelo cubierto de perlas, y llevaba además, el
abanico oscuro con los mones de los clanes mayores que había conseguido en el
mercado. Por lo que no le sorprendió que Inomaro dijera nada más verla:
-
Bayushi-san, estáis especialmente hermosa esta
noche. De haber habido hoy una prueba relacionada con la belleza, sin duda
también la habríais vencido.
-
Gracias, Agasha-san, por vuestras amables pero
sin duda exageradas palabras- dijo Yuna bajando la vista.
Si bien las
adulaciones del Fénix podían velar su agradecimiento hacia ella. Vio a Akodo
Yamato mirar al Fénix con cara de pocos amigos, y a fin de evitar que pidiera
hablar a solas con él, se apresuró a entablar una superficial conversación con
el shugenja hasta que su escolta llegase. El Dragón se unió a ellos, a quien
dio la bienvenida con una sonrisa. Era bueno tener aliados.
Los guardias del
Daimyo Comadreja llegaron temprano para llevarlos al palacio central, y
recorrieron las calles sumidos en una leve conversación escoltados por sus
silenciosos guardianes. Otosan Uchi anochecía y comenzaba a iluminarse con los
farolillos que pendían por todas las calles, mientras el barullo de las calles
pasaba a los interiores de las casas y a las tabernas y casas de té. Los
campesinos que aparecían en su camino se inclinaban ante ellos y les observaban
en silencio, maravillados ante tales sombras llenas de gracia; que atravesaban
la noche con porte distinguido y deliciosos ropajes hacia un destino que ellos
nunca verían de cerca. Yuna intentó ocultar su sonrisa divertida tras su
abanico: el pomposo León parecía encantado con las atenciones del populacho, y
de hecho parecía pretender destacar entre el grupo con sus andares aguerridos. Agasha
Inomaro estaba perdido en turbios pensamientos, mientras a Mirumoto Kenjiro
parecía importarle lo más mínimo las atenciones del pueblo.
Al llegar a las
proximidades del castillo pudieron observarlo en todo su esplendor: era una de
las construcciones más grandes del Imperio, y su simple visión hacía que quien
lo viese se sintiera verdaderamente insignificante. Yuna había pasado muchas
veces frente al shiro de Kyuden Bayushi, su ciudad natal, donde se hallaba la
fortaleza donde habitaban los Daimyo Escorpión; sin embargo, este lugar lo
cuadruplicaría en tamaño y esplendor.
En la entrada se
reunieron con el resto de los aspirantes: Ide Ryosei saludó con una sonrisa
radiante a Akodo Yamato, que pareció perder su mal humor al devolverle el
saludo y comenzar a conversar con él. Parecían llevarse bien. Los guardias pidieron
las armas de los samuráis, que las entregaron sin oponerse, antes de entrar.
Apenas cruzaron el
umbral, una ráfaga de aire caliente golpeó sus rostros, llevando con ella el
aroma del incienso y el sonido de las risas. La sala principal estaba repleta
de gente, unas doscientas personas entre asistentes y sirvientes; más numerosos
los segundos que los primeros. Por los colores de los ropajes se distinguían a
bastantes miembros de la corte Comadreja, y a algunos de estirpe imperial; pero
otros muchos eran de los clanes principales: posiblemente subordinados y
acompañantes de los grandes Daimyos, a los cuales no se los vislumbraba por
ningún sitio. Mientras cientos de ojos se clavaban en ellos como afiladas agujas,
la tenue música de samishen y arpa enmudeció. Ninguno supo qué hacer durante
unos instantes.
Los presentes se
inclinaron ante ellos al verlos entrar, más los sirvientes que los asistentes.
Yuna sintió una cálida sensación recorrer su pecho al recordarse que aquella
noche iban a honrar su victoria, y que no iba a hacer el ridículo y avergonzar
a su familia. Se armó de coraje y se adelantó a sus compañeros, reclamando con aquel
gesto el lugar de mayor honor que le correspondía como Campeona; y notó cómo la
seguían al avanzar al interior de la habitación.
De inmediato los
asistentes se les echaron encima, separándolos entre el gentío. Si bien todos
acudían a ellos con enormes sonrisas, alguno sintió cómo los buitres separaban a
la manada. Todo el mundo quería saber cómo eran los asistentes que había visto
batirse en la arena, cuál era su visión de los resultados del Campeonato
Topacio, y todos querían felicitarlos por sus victorias y comentar cuán
honrosamente habían combatido. ¿Quién había sido el contrincante más difícil de
vencer?, le preguntaron a Yuna. ¿Qué prueba le había resultado la más
complicada?, a Agasha Inomaro. ¿Por qué habían escogido ese haiku para la
competición?, a Hida Kaneshi. ¿Estaban de acuerdo con lo estipulado por los
jueces en todas las pruebas?, a Doji Kirei. ¿Le daba rabia haber quedado tan
cerca y a la vez tan lejos de la victoria?, a Akodo Yamato.
Yuna procedía de una
familia de cortesanos, y sabía el peligro en el que se encontraban: cada una de
aquellas preguntas ocultaba un doble sentido que no pensaba dejar que la
hiciera resbalar. Aquellas adornadas salas eran el vientre en que se
desarrollaban las más retorcidas conspiraciones, donde los susurros y las
palabras veladas rodeaban a todos los presentes; y más importante aún: donde tu
honor pendía de un hilo a cada palabra que dijeras. Cuidó en todo momento sus
respuestas, sin ofrecer juicio alguno acerca de sus compañeros; y sin embargo
había tantas preguntas sin una respuesta totalmente correcta que comenzó a
ponerse nerviosa.
Pero de pronto se
hizo de nuevo el silencio, y todo el mundo se giró hacia la entrada. Habían
llegado los grandes Daimyos.
La festividad se
realizaba en distintas salas. Si bien los Daimyos y el Emperador tenían otra
sala reservada para ellos, los dirigentes de los clanes principales otorgaban a
los aspirantes el honor de cenar en la misma sala. El sagrado Hantei cenaría
con su séquito más cercano en un lugar lejos de tanto barullo y de tantos
personajes de bajo rango.
Ante tal
acontecimiento, los núcleos de aduladores se diluyeron al ir parte de sus
integrantes hacia los recién llegados; y al mismo tiempo el gentío comenzó a
desplazarse: como ovejas en un rebaño siguieron a la gente hasta la sala
contigua. Allí se habían dispuesto decenas de mesas bajas frente a mullidos
cojines, delineando el contorno de una habitación más pequeña que la anterior. Los
altos mandos de los clanes se sentaron: el anfitrión, Daimyo Comadreja; Akodo
Toturi, Bayushi Shoju y Kachiko, Togashi Yokuni…
Los compañeros se
miraron con alarma e inseguridad. Ninguno estaba muy versado en las normas de
etiqueta, y desconocían dónde debían sentarse. ¿Cerca de los Daimyos?
¿Enfrente? ¿Lo más lejos posible? Cosas así podían destrozar su honra por
completo, haciéndoles admitir ante todos los demás comensales su ignorancia y
falta de modales… y convertirles en presas aún más apetecibles para los más
retorcidos cortesanos.
Los aspirantes
Unicornio y Cangrejo parecían estar en su misma situación. Todos se observaban,
atentos a si alguien daba el paso y elegía asiento, atentos a la reacción que
aquello provocaba… La situación comenzó a hacerse extraña, pues los siete
jóvenes samurais permanecían de pie cerca de la mesa, dando todos menos la
Escorpión (si bien tampoco parecía estar demasiado cómoda) muestras de evidente
nerviosismo, mientras la mayoría de la gente ya se había sentado.
El Grulla, sin
ningún tipo de problema; se adelantó y tomó un asiento. Todos clavaron sus ojos
en él. Nadie le miró ni comentó nada, por tanto no debía haber tomado una mala
decisión. Yuna examinó rápidamente su situación: no estaba frente a su Daimyo,
ni en ningún lugar concreto respecto a él que ella viese… Algo insegura, se
adelantó también; dejando un hueco respecto al Grulla. Inomaro-san la siguió,
situándose entre Grulla y Escorpión. Sonrió para sí al verle seguirla; por lo
menos, su aliado estaba junto a ella. Mirumoto Kenjiro se situó a su otro lado,
arrancándole otra sonrisa más.
Todos los aspirantes
se fueron armando de valor, y fueron tomando asiento. Con alivio repararon en
que nadie les decía nada. Quizá, pensó Yuna, hubiera dado igual desde el
principio dónde se hubieran sentado. Quizá algún día lo averiguaría.
Una vez consiguieron
separarse de sus acosadores, los aspirantes comenzaron a disfrutar plenamente
con la velada. La cena se desarrolló con la música de una delicada arpa
animando la velada pero sin interrumpir las conversaciones entre comensales,
con una deliciosa bailarina de abanicos que hizo del rectángulo formado por las
mesas bajas su escenario, y con varias delicadas poesías de un cortesano joven
que dedicaba odas al valor de los samuráis y al potencial de los guerreros más
jóvenes para con sus clanes. Cada plato estaba preparado con cuidado y mimo, en
pequeñas cantidades de intenso sabor servidos en el orden correcto para la
mejor captación de sus aromas y texturas. Keita se sorprendió al probar un sake
mejor que el mejor de la región Mantis, mientras Inomaro se vio obligado a
ensalzar el sabroso sushi de aquel lugar. El aspirante Grulla los miró una décima
de segundo con despectividad, como sin comprender qué tenía de especial todo
aquello que con tanta sorpresa alababan.
Mientras charlaba
con Inomaro, Yuna vigilaba de reojo el otro lado de la mesa. Los Daimyos
parecían hablar entre sí, pero estaba demasiado lejos, no conseguía oír sus
palabras. Y es que hubiese deseado obtener información sobre las sutilezas
políticas que allí se trataban, ver quién se llevaba mejor con quién, qué se
decían; si bien dudaba que fueran a tratar temas demasiado importantes en
presencia de tanta gente. Pensó frustrada en lo útil que le sería en ese
instante saber leer los labios, como sabía hacer su madre, pues tan sólo los
Daimyos Escorpión portaban máscaras: tendría que aprender a hacerlo en algún
momento.
Más de una vez se
había embelesado observando a sus Daimyos. Shoju parecía una estatua de ónice
que apenas se giraba ante sus interlocutores: impávido, grandioso y oscuro como
la oscuridad más profunda. A su lado sin embargo, Kachiko resplandecía. Yuna
siguió sintiendo que su propio velo parecía una burla al suyo, pero recordó su
sonrisa iluminada y no pudo evitar sonreír para sí con orgullo y emoción. Su
Daimyo aprobaba su velo. Si bien tenía conocimientos de trucos que se
utilizaban en la corte para realzar la belleza, Kachiko debía utilizarlos
demasiado bien, o quizá no los necesitara en absoluto; pues no podía ver una
sola imperfección en su creación, y ni un solo detalle que indicase que hubiera
hecho nada más que lavarse el rostro.
Los afilados ojos de
la Daimyo se clavaron de pronto en ella, y sorprendida, enrojeció como una
impúber muchacha y bajó la mirada. Su corazón palpitaba fuertemente, y sintió
vergüenza por haberse quedado embobada observándolos. Decidió no volver a
atisbar a los Daimyos.
La noche transcurrió tranquila. Tras la cena,
regresaron a la sala anterior, donde volvieron a interaccionar todos entre sí,
esta vez más relajadamente. Personas y personas pasaron frente a Yuna, todos
felicitándola por su victoria, y a todos ella les daba las gracias. Llegó un
momento en que no sabía quién había hablado con ella ya y quién se le acercaba
por vez primera. Viendo a Akodo Toturi hablar con Yamato, se preguntó si sus
Daimyos se acercarían a hablar con ella. Supuso que sí, habiendo ganado el
Campeonato… Pensó con felicidad en el pequeño triunfo que les había dado, y
deseó que llegara ese momento con intensidad. Por curiosidad los buscó con la
mirada: Bayushi Kachiko hablaba amigablemente con el Daimyo Grulla, pero no
veía a Bayushi Shoju. Tampoco parecía verse a los Daimyos Dragón ni Fénix. La
fiesta se iba apagando, y con ello la gente comenzaba a marcharse; pensó.
Habiéndose
escabullido de la festividad, Bayushi Shoju esperaba en la sala vacía. La razón
principal por la que había acudido a presenciar el Campeonato Topacio no había
sido simplemente aquel festejo... Necesitaba consejo.
No había tenido que
pedirle a Togashi Yokuni que deseaba
verle. No había hecho falta. Al fin y al cabo, él bien sabía de quién se
trataba. Si el kami aparecía, es que deseaba hablar con él. Esperaba, ansiaba;
que así fuera.
De pronto, como
salido de la nada, vio a un hombre de pie junto a él. En la oscuridad, trató en
vano de discernir su cara, pero estaba cubierta por las sombras; aunque el
brillo de sus ojos dorados perforaba la oscuridad. Supo que el gran kami no
veía necesidad en ocultar nada a quien ya conocía la verdad.
-
Me siento honrado, Togashi-sama- dijo Shoju,
inclinándose formalmente ante el señor Dragón- He venido porque necesito la
guía de vuestra sabiduría.
-
Vemos tu verdadero rostro, Escorpión- dijo el
Dragón -, y sabemos lo que tu mente aguarda.
-
Decidme entonces: ¿leo correctamente las señales
y profecías?
El Dragón asintió.
-
Así es.
El corazón del
Daimyo comenzó a pesar enormemente. Aunque en el fondo, lo sabía… Lo había
sabido todo el tiempo.
-
Entonces, el último de los Hantei traerá el
desastre a todo Rokugan, liberando una vez más a Fu Leng sobre el mundo- dijo
lentamente, doliéndole cada palabra.
-
Eso hará el último emperador Hantei, aunque los
que ostenten el título antes que él acelerarán el día.
-
¿Y ese día está próximo?
-
Así es- replicó el Dragón.
Se permitió un
instante de pesar… tan sólo un instante. Que después convirtió en resolución.
-
Entonces debemos actuar para detenerlo.
-
No hables de “nosotros”, Bayushi Shoju. Conoces
mi naturaleza como yo conozco la tuya. Sabes que no interferiré en los asuntos
del Imperio.
-
Gran Señor, debemos hacerlo. La gente necesita
nuestra fuerza y sabiduría. Juntos podríamos…
-
Juntos destruiríamos el mundo como lo haría Fu
Leng… como harán los Hantei, si no se actúa. Nadie puede ver su propio futuro,
Bayushi Shoju, ni siquiera yo. Esta senda debéis recorrerla solo.
Shoju pensó unos
instantes antes de hablar de nuevo.
-
La piedra lanzada al estanque nunca ve las ondas
que crea.
-
Así es.
-
Entonces decidme, ¿puedo prevenir la catástrofe
sin vuestra ayuda? ¿Bastará un único clan? ¿Funcionarán mis planes? ¿Dispongo
del poder necesario?
-
Si vuestros planes tienen éxito, el Imperio se
salvará- asintió el Dragón.
Tras su máscara,
Shoju sonrió. Dio una amplia bocanada del aire dulce y frío de la noche y
exhaló lentamente. Llegaba la mayor de sus pruebas, pero si lo conseguía… el
Imperio se salvaría.
-
Pero el coste será terrible- dijo el Escorpión.
Los ojos del Dragón
brillaron en la oscuridad.
-
Algunos futuros son claros para todos nosotros.
El Escorpión sonrió
tristemente para sí tras su máscara completa.
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Gracias, Poderoso- dijo Shoju haciendo una
profunda reverencia.
Cuando alzó la
vista, el Dragón había desaparecido.
Un futuro de fuego y
sangre ocupaba su mente, pero comprendió que nadie más podía ayudarle. Supo que
aquella reunión había trazado su rumbo… aunque eso significara su ruina.
Sin dilación, salió
de la sala de regreso a la habitación donde continuaban las celebraciones.
Tomando, por supuesto, el correspondiente rodeo que haría pensar a quien lo
viera llegar que venía de las letrinas. Apenas entró en la sala, los ojos de su
esposa ya estaban sobre él. A pesar de que sabía la tristeza que le causaría,
la miró y asintió.
Kachiko comprendió
inmediatamente. Sintió pena, pero de inmediato se repuso. Dejó la conversación
que mantenía con el Daimyo Grulla excusándose, y se dirigió hacia el centro de
la habitación. Sabía que Doji Hoturi, Daimyo Grulla, la seguía observando al
marcharse. Y eso era exactamente lo que quería.
Mientras el
aspirante Grulla recitaba haikus que embelesaban a más de dos y de tres
cortesanas suspirantes, Hida Kaneshi hablaba en rudas exclamaciones con el
Daimyo de su Clan. Akodo Yamato conversaba con Ide Ryosei, que le miraba con
ojos brillantes y asentía ante sus palabras con entusiasmo. Yuna estaba
hablando con Kenjiro, sin comprender muy bien a qué se refería con que “las
estrellas en aquel lugar no eran lo que parecían”, cuando se acercó a ella
Bayushi Kachiko. Kenjiro detuvo la pobre explicación de sus palabras
excusándose, y se retiró para dejarlas a solas. Yuna sintió que el rubor volvía
a sus mejillas, y de nuevo se maldijo por tener tan poco autocontrol frente a
la dirigente de su Clan.
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Tranquila- susurró Kachiko.
Alzó la vista hacia
ella, le sonreía plácidamente. Se dijo que era normal que ella se embelesara
con su belleza, pues así hacía todo el resto del Imperio. Y era normal, pensó
sonriéndole de vuelta.
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Mi esposo te pidió que mostraras la valía del
Escorpión, y lo has cumplido. Estamos contentos con tu triunfo, Bayushi Yuna.
-
Gracias, mi señora- dijo con una profunda
reverencia.
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¿Qué harás ahora? ¿A dónde te diriges tras el
Campeonato?
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Pensaba regresar a Kyuden Bayushi. No hay
ninguna misión que me requiera por el momento.
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Quizá pueda hablar bien de ti al resto de
Daimyos y enviarte a ti y a otros de los aspirantes en una importante misión.
Será peligrosa, pero honorable sin igual.
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Eso…- dijo emocionada- Eso sería maravilloso. Os
lo agradezco muchísimo, Kachiko-sama. Haré cuanto el Escorpión necesite. Cuanto
el Escorpión y el Imperio necesiten- se corrigió inmediatamente.
Su desliz hizo reír
levemente a la Daimyo.
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Espero que así sea. Que los kamis te protejan,
Bayushi Yuna.
-
A vos, mi señora- dijo con una profunda
reverencia.
Mientras Kachiko se
marchaba, el corazón de Yuna palpitaba furiosamente. Iba a lograr formar parte
de una misión importante para el Imperio, recomendada por la mismísima Bayushi
Kachiko. El honor que recorría su pecho casi le dificultaba respirar. De no
haber estado en una sala llena de gente, y de no ser Escorpión; hubiera saltado
de alegría. Pero se permitió el lujo de sonreír para sí con ilusión antes de
recuperar el semblante y continuar con la velada.
A pesar de su furia Doji Hoturi,
Daimyo Grulla, mantuvo la calma mientras despedía a su sirviente. Lo sabía.
Sabía que pensaba hacerlo.
Tiempo atrás,
semanas quizá, los Daimyos habían discutido de nuevo el asunto del Oráculo Oscuro
de Fuego. El Daimyo Fénix, si bien tan pacíficamente como siempre, había sido
vehemente en cuanto a su petición de ayuda. El Oráculo no paraba de provocar
problemas en su región, y si bien los Fénix eran grandes escribas y shugenjas,
no contaban con demasiados bushis. Y la magia no funcionaba bien contra la
magia. Mientras el Daimyo Fénix pedía tropas imperiales, o León por lo menos,
para combatir al Oráculo; el resto de Daimyos habían implicado suavemente que
fueran sus propios bushis los que muriesen por defender sus tierras. Al
emperador no le interesaba mucho el Oráculo Oscuro de Fuego, pues no causaba
grandes pérdidas económicas a la región y tan sólo atacaba a campesinos para
quedárselos como sirvientes; tenían problemas más importantes. Pero Shiba no
paraba de hablar del sufrimiento innecesario de los hijos de su clan, y en cada
reunión de Daimyos volvía a sacar el tema a colación. En la última de ellas,
expresó haber enviado un pequeño grupo de shugenjas que habían perecido en el
intento.
Entonces, de pronto,
Kachiko había comenzado a esgrimir argumentos relacionados con cómo todos los
Clanes debían cooperar para la defensa del Imperio, cómo todos por igual eran
responsables de acabar con el mal que Fu Leng hubiera desatado por la tierra, y
cómo todos juntos debían ayudar. Cómo debían formar un pequeño contingente de
tropas procedentes de todos los clanes para acabar con el Oráculo.
Nadie había osado
negarse. De aquella manera, ningún clan perdía más tropas que otro. El tamaño
del contingente, sin embargo, sí había sido tema de debate. El Cangrejo
continuaba ninguneando al Oráculo, indicando que no era para tanto; que dos o
tres guerreros deberían bastar de sobra. El Fénix pedía de diez a quince.
Finalmente se había hecho caso al estratega Toturi, que curándose en salud
había decidido que lo mejor era un número entre cinco y diez, en función de las
habilidades de sus integrantes.
Y quiénes irían…
Partiendo de la idea de que debía ir un shugenja para las curaciones, y que
éste debía ser Fénix por ser los más poderosos… Alguien había recordado de
pronto que un shugenja Fénix se presentaba al Campeonato Topacio. Y con la
siguiente idea de que los mejores del Campeonato se dirigirían allí, ganando
acceso a una misión importante para el Imperio por sus propias acciones, había
comenzado la debacle.
Doji Kirei, el
aspirante Grulla, era el último de los hijos de Doji Kisuna; la prima hermana
del Daimyo Grulla. Su familia ostentaba las tierras en torno al Río del Monje
Ciego, con la Ciudad de la Llanura Próspera como baluarte. Sin embargo, la
muerte de todos sus otros hijos y de su esposo en rencillas del pasado había
afectado enormemente a la matriarca, cuyo imperio casi se había desmoronado en
el pasado ante tales afecciones. No podía permitir que otro de sus hijos
muriese en vano; por ella, como familiar suyo; y porque no podía dejar los
terrenos del Río del Monje Ciego al Escorpión, con los que tenía frontera.
Hoturi estaba
convencido de que Bayushi Kachiko pretendía con todo aquello la muerte del contingente
que fuera contra el Oráculo Oscuro de Fuego. Que no le importaba perder uno de
los suyos a fin de que muriese el Grulla adecuado, lo que le daría la fértil
llanura del Río del Monje Ciego.
Porque Hoturi sabía de
sobra que el Oráculo Oscuro de Fuego era tan temible como el Fénix decía. No
era la primera vez que se había topado con un Oráculo Oscuro en la historia,
había visto soldados y soldados caer ante el de Aire. Un grupo de cinco
samuráis novatos no haría más que morir. Y después de eso, los Daimyos no
tendrían otra opción que aceptar las palabras del Fénix como ciertas, y mandar
entonces un contingente en condiciones de vencerlo.
Y efectivamente,
como era de esperar, Doji Kirei había quedado entre los primeros puestos del
Campeonato; si bien lo había sorprendido que no ganase. Si las cosas quedaban
como estaban; Bayushi Yuna, Doji Kirei, Akodo Yamato, Ide Ryosei e Hida Kaneshi
marcharían al día siguiente a encontrar su muerte.
No pensaba
permitirlo. Y como buen cortesano, ganaría un aliado con ello.
Inmediatamente tras
saber que Bayushi Kachiko había hablado con Bayushi Yuna acerca de enviarla a
una importante misión, y sabiendo a qué se refería; se dirigió de vuelta a la
habitación donde continuaban los festejos, donde pidió unas palabras en los
jardines al Daimyo Unicornio, Shinjo Yokatsu.
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Si no me escuchas con suficiente atención, vas a
perder tu mayor promesa, Shinjo- le dijo inmediatamente.
Esto empieza a ponerse mejor por momentos ^^ a ver si empiezan la misión :)
ResponderEliminarCómo se lo pasan de bien los escorpiones en la corte xD Ya se que la conversación con el Daimyo dragón no es tuya, pero es muy épica xD
Jaja, cómo se corta Yuna delante de Kachiko xD
A ver si llega pronto el siguiente capítulo que tengo ganas de más!! :)
Oh dios como me mola tanta intriga y tension!! Hablas de que soy sencillo y eficaz cuadno describo, pero debo ser yo que estoy metido en estas cosas... porque veo todo desde dentro, me lo imagino a la perfeccion!! Me encantan las frases tipicas tajantes, las conversaciones tan bellamente dibujadas, es genial!!
ResponderEliminarSolamente te voy a poner dos pegas, siempre constructivas y desde el cariño ;)
1) Echo de menos algunas conversaciones, cuando les preguntan responden adecuadamente y eso me parece estupendo, le quitas chicha a algo que no tiene importancia y te basta con describir como sucede... pero me falta alguna frase. Esas frases tan elocuentes y precisas... Aunque sea una como referencia para ver el rollo de como iban. No se si me explico.
2) ¿Porque paras de escribir? Sigue!! ¿Dormir? Minucias! Es genial! Sigue alimentando tus sueños y plasmandolos en un relato :)