Se trata de la historia narrada de una partida activa ahora mismo de un juego de rol de mesa ambientado en el mundo de Final Fantasy, pero con muchos toques de magia y algunos cameos de otras ambientaciones... Todo inventado por mi amigo Don Javier Cecilia, que es un genio en inventar mundos y en crear historias con veinte tramas distintas a la vez, manteniendo a cuatro personajes con un protagonismo muy similar y todos con cosas muy épicas. Y acabamos de empezar. Madre mía ^^
Así que aquí empiezan las Crónicas de Spyra :)
Hijos de la tormenta (y Javi), ésta va por vosotros. Y mención especial a Dani de Haro. De no ser por él, no me decido a escribir esto en condiciones :) Enjoy!
1.
La Torre de Ifrit
Caía la tarde. La primavera había comenzado hacía ya semanas; por lo que
la brisa era más cálida; los días, más largos. Los campos rebrotaban, la gente
reía más. Todo parecía renacer, ahora que el frío invierno se alejaba.
En el camino que surgía entre los verdes campos que comenzaban a brotar,
cuatro soldados escoltaban a una niña pequeña. Ellos llevaban armaduras e
insignias del Imperio; ella, una sencilla camisola oscura a juego con unos
pantalones también umbríos. Estiraba sus zancadas para poder seguir el ritmo de
quienes la acompañaban, y les seguía sumida en un tímido silencio.
Uno de los soldados de la vanguardia se giró para mirarla, y ella alzó
los ojos hacia él. Como todos los niños, parecía tener unos ojos más grandes y
brillantes de lo normal; y negros como
la noche misma. Una negra marca en forma de media luna en su pómulo los
resaltaba, mientras mechones desordenados de su flequillo oscuro los
semiocultaban.
La niña le devolvió una mirada neutra mientras pensaba:
“Tú eres el primero al que mataría”
Sería tan sencillo… El hombre parecía acusar algún tipo de alergia,
porque el camino entre los campos le hacía moquear y llevarse continuamente la
mano a los ojos para frotárselos.
Ella se haría un pequeño corte. No llevaba armas encima, pero no le
hacía falta: podría fingir morderse las uñas o hurgarse los dientes y en su
lugar rasgar levemente uno de sus dedos con sus dientes. De alguna manera
disimulada terminaría rozando la mano enguantada del guardia: fingiendo caerse
y agarrándose para evitarlo, pasando a su lado y rozándole, tendiéndole algún
objeto… De ahí, él mismo lo llevaría a sus ojos. Y estaría sentenciado.
Escasamente un minuto después, la cabeza empezaría a dolerle. Los ojos,
a hinchársele. Se quejaría. Se detendría. Mientras los otros soldados lo
rodearan y se preguntaran por qué sus ojos estaban tan enrojecidos, éstos
comenzarían a llorar sangre a borbotones. En el interior de su cuerpo, su
sangre estaría abandonando sus venas y encharcándolo por dentro. El soldado
gritaría de agonía por las punzadas de dolor que sus órganos internos
profirieran mientras se desgarraban dentro de él.
Lo que tardara en morir dependería un poco de su resistencia física;
pero no sería demasiado.
El hombre volvió la mirada al frente, y ella no hizo más que seguir
caminando. No tenía órdenes de matar a aquellos soldados, por tanto, no lo
haría. Sin embargo, era un buen ejercicio planear cómo matar a quien la
rodeaba: la entrenaba mentalmente.
De todas maneras, acabar con uno sería viable; pero en cuanto alguno de
ellos mostrase signos de envenenamiento, los demás se le echarían encima. No
tenía armas, ni dónde esconderse; el capitán había instruido a todos tenerla
bien vigilada. Ese era quien más problemas le daría, pues no le quitaba el ojo
de encima. Hacía bien.
Asshai era una Hija de la Serpiente.
Hacía algo más de once años, la ciudad de Estus había sido destruida por
las fuerzas del Imperio; pues allí se había establecido el ejército enemigo, el
Fulm de Dante. El Imperio tan sólo perdonó la vida a los bebés: todos los demás
habitantes fueron ejecutados. Tras ello, los pilares que aún alzaban la ruinosa
urbe sobre la bahía se rompieron, y el cadáver de la ciudad se desmoronó para
acabar quedando bajo las aguas… La gente empezó a llamar a las ruinas
sumergidas Agua de los Muertos, pues durante años y aún en el presente los
cadáveres putrefactos de los soldados y antiguos habitantes flotaban en las
orillas; la marea impedía que los muertos pudieran abandonar aquel lugar.
Los infantes supervivientes fueron llevados a la fortaleza Hija de la
Serpiente, un bastión olvidado de la mano de los dioses, en lo alto de un risco
rodeado por acantilados. Allí Gaeran el cojo, un antiguo guerrero, los entrenó
para crear una élite de asesinos a las órdenes del Imperio. A través de crueles
entrenamientos, los niños aprendían a manejar armas como maestros, a conocer
los puntos vitales del cuerpo de un hombre, y a no mostrar piedad ni clemencia.
Se les enseñaba a amar su trabajo.
A pesar de que ninguno de los Hijos de la Serpiente sobrepasara los doce
años, eran temidos y respetados en toda Spyra.
“¿Sabes
ese escalofrío que recorre tu espalda? Es la muerte: hace unos segundos que te
he envenenado”, había susurrado Nintos, el más célebre de los Hijos de la
Serpiente, al oído del Friedich XXII, difunto monarca del
Archipiélago de Friedich. Después de su estúpida falta de sensatez, Nintos fue
acribillado en público tras ser apresado; pero aquella frase quedó como un célebre
recordatorio de la letalidad de los mejores asesinos del Imperio.
Desde infantes se les exponía a un agresivo veneno que se comía la carne
de la zona donde había sido inyectado. Administrada en dosis crecientes, y tras
semanas de dolor; sus cuerpos se acostumbraban a la ponzoñosa sustancia,
asimilándola cada vez más, hasta llegar a generarla en su sangre hasta el fin
de sus días. Así, su sangre podía envenenar comida, o el filo de un arma;
causando en sus víctimas una muerte horrible entre espasmos de dolor y lágrimas
sangrientas. Incluso su saliva, ingerida, causaba un importante malestar físico.
Para que amasen también aquella parte de sí mismos, se dejaba que los niños
escogieran el lugar la forma donde las inyecciones se realizaban, a fin de que
la cicatriz final pareciese un extraño tatuaje de una forma determinada. Asshai
había elegido una oscura media luna negra en uno de sus pómulos.
La pequeña Asshai había recibido entrenamiento con armas de filo,
aprendido preparación de pócimas y venenos, desarrollado distintos métodos de
utilización de su propia sangre venenosa… Su arma preferida eran los shurikens,
que conseguía lanzar a una prudente distancia dada su juventud. No tenía
familia ni amigos, y la fortaleza de Hija de la Serpiente era el único hogar que
recordaba; si bien había viajado a tierras cercanas para cumplir distintos
encargos. En solitario o en grupos, los Hijos de la Serpiente acababan con
quien el Imperio necesitara. A manos de aquella niña de doce años habían
perecido ya unas veinticinco personas.
Aquella había sido su vida, hasta hacía unos días. Sin previo aviso,
unos soldados habían aparecido en Hija de la Serpiente… y habían declarado que
en ella habían sido detectados los poderes de una invocadora. Que el Imperio la
reclamaba para que fuera a rezar a los dioses de Spyra.
Razón por la cual viajaba sin armas, escoltada; y por la que en esos
momentos llegaban a través del camino a la ciudad de Baluarte: desde allí sería
trasladada a la pequeña isla donde se encontraba una de las torres del dios
Ifrit. Aquel era el lugar donde estaba previsto que pasara el resto de su vida,
adorando a Ifrit, dios del fuego; agradeciéndole lo que hacía por la humanidad
y suplicándole que no les abandonara. Era uno de los mayores honores en Spyra;
y sin embargo, ella lamentaba tener que abandonar su vida como Hija de la
Serpiente. Era una vida que amaba: le gustaba lo que hacía, había asumido que
lo haría hasta el fin de sus días y que le podría llevar a una muerte
prematura, y lo había aceptado con dicha. Pero cualquiera que fuera la misión
que el Imperio le encomendara, ella la cumpliría.
Por lo que había estudiado, Asshai sabía que Baluarte era una gran
ciudad comercial; pues al estar situada al final de la península más meridional
del reino, todos los barcos que bordeaban el continente solían detenerse allí
para abastecerse de provisiones y comerciar con sus mercancías. Bordearon la
ciudad para ir directamente a la zona del puerto, pasando junto a un prostíbulo
en cuya puerta tres hermosas muchachas con aspecto de ser hermanas por su
parecido físico y vestidas con poca ropa saludaron coquetamente a los soldados.
Éstos no hicieron caso de sus gestos. Un hombre detuvo el carro que estaba
conduciendo para dejarles pasar. Otro les siguió con la mirada distraídamente mientras
sentado en un banco afinaba con mimo las cuerdas de un arpa pequeña. Ninguno de
los viandantes con los que se cruzaron salvo los niños dieron muestras de
sorprenderse por el destacamento: posiblemente, siendo Baluarte el único puerto
que llevaba a la isla de la torre de Ifrit, estaban acostumbrados a ver tropas
del Imperio escoltando a nuevos invocadores.
En el puerto había más soldados esperando, dos grupos de dos y cuatro
soldados respectivamente. Hablaban entre sí, pero no perdían ojo tampoco de las
únicas dos figuras distintas que había entre los hombres uniformados.
Una de ellas era pequeña y deliciosamente extraña. Pequeña, porque si
bien Asshai no era alta para su edad, la jovencita que parecía recelar
asustadizamente de los guardias de alrededor tenía un tamaño bastante inferior
al suyo, casi la mitad: le llegaría a la altura de la cadera, como mucho. Sin
embargo, su rostro no la hacía parecer mucho más joven que la Hija de la
Serpiente, no tenía los rasgos redondeados de los niños más pequeños. Extraña,
porque dos pequeñas alas emplumadas de colores terrosos salían de su espalda, y
plumas también ocres cubrían sus hombros y toda su espalda. Lo que en otra
criatura habría sido la cabellera, en ella había una cubierta de suave plumón
marrón madera, a excepción de una única pluma blanca larga que caía
graciosamente hacia un lateral. Por lo demás, parecía humana, o casi. Sus
piernas eran un poco más cortas de lo normal… y no terminaban en pies, sino en
pequeñas garras.
Asshai había tenido que estudiar a las otras razas que habitaban Spyra,
a fin de saber cómo enfrentarse a sus enemigos, por lo que la identificó como
perteneciente a la raza de los grifos. Según las leyendas, en las que Asshai no
creía, hacía cientos de años en las montañas de Irvine había habido un árbol
milenario al cual los habitantes de la cordillera llamaban desde siempre
Tyberius. Cuando el árbol murió, su inmenso tronco de madera y roca quedó
acostado sobre las montañas, y tan grande era que en su tronco e inmensas ramas
se asentaron pueblos enteros de hombres que vigilaban un lado y otro de la
cordillera. Los dioses quisieron que cuando la magia del árbol milenario se
disipó, pasase a esas gentes, que recibieron plumas y garras como las de las
águilas. Con el pasar de los decenios, los integrantes de aquellos pueblos
perdieron tamaño, pero adquirieron unas alas que les permitían volar.
Eran seres de constitución débil, pero con unos sentidos extremadamente
desarrollados, y una gran velocidad. Solían atacar a distancia desde puntos muy
elevados, lejos de los peligros, mediante armas ligeras como arcos o
cerbatanas. A pesar de las sigilosas habilidades de Asshai, nunca cogería por
sorpresa a un grifo sin que la oyera. Al no estar acostumbrados a tratar con gente
del exterior, tampoco resultaría sencillo ganarse su confianza y hacerles comer
algo envenenado: se decía que recelaban de los extraños; quizá por rechazo,
quizá por miedo. Su única oportunidad de acabar con alguno consistiría en
alcanzarlo con algún shuriken, alcanzándolo en la distancia a la que estuviese
volando, y que éste no lo esquivase. Ahora bien; si conseguía que su veneno le
alcanzara, su suerte sería decidida muy rápido: su débil constitución le haría
perecer muy rápidamente. Además estaban sus diferencias con la fisiología
humana… Su corazón latería más rápido, pues sus alas debían consumir bastante
de la energía de su sangre; además de que en todos los animales pequeños el
latir era siempre mayor que en los grandes. Dentro de un grifo, el veneno se
extendería rápido como la pólvora. Una vez alcanzada, aquella criatura sería
fácil de matar.
No como la otra figura que allí esperaba. Se trababa de un joven de
anchos hombros, fuerte y de torso muy musculado, como su atuendo dejaba ver muy
fácilmente: tan sólo llevaba unos pantalones de cuero pobremente trabajados, ajustados
por un cinturón con una hebilla de plata1, y no parecía acusar el frescor del
caer de la tarde. También era alto: a todos los soldados que lo rodeaban les
sacaba una cabeza. Había algunas cicatrices en sus brazos, que lo identificaban
como un guerrero. Tenía un aspecto más normal, como un simple humano alto y
corpulento con una rebelde mata de corto pelo negro. Sin embargo, su rostro le
descubría como alguien bastante joven para la forma física en la que se
encontraba: quizá tendría unos catorce años, y su cuerpo estaba más en forma
que el de los soldados. Demasiado trabajado, incluso para un guerrero. En su
brazo izquierdo había tatuada la forma de un martillo sobre un escudo, y de su
cuello pendía algo blanco que parecía ser hueso tallado con la forma de una
balanza.
“Guerrero, demasiado fuerte, acostumbrado
al frío, talismán de hueso… Tiene que ser un Guardián de Marte”.
Cuando terminó la guerra entre el Imperio y el fulm de Dante, la torre
de la diosa de los hielos Shiva quedó tan dañada que cayó. En su paso abrió una
grieta en los glaciares y de ella inexplicablemente comenzaron a salir los
cadáveres de los ahogados en los océanos. Nadie sabía por qué, nadie sabía cómo
pararlo; pero lo que definitivamente eran cuerpos muertos, blancos, hinchados; cogían
las armas que encontraban o se conformaban con sus manos desnudas y echaban a andar
por el Camino Blanco en dirección al continente, sin alma ni piedad, con al
parecer la única intención de destruir.
Durante la década que había pasado desde la caída de la torre de Shiva,
el pueblo de los Guardianes de Marte había protegido el Camino Blanco para que
los ahogados no llegasen al continente, que no alcanzaran a dañar a otros
pueblos; y que no mancillasen las ruinas de la torre del dios Marte, el dios de
la guerra, al que adoraban con fervor. Por años y años el pueblo combatió a las
aberraciones que intentaban llegar al continente; y esto, sumado a las
durísimas condiciones ambientales de las tierras heladas que habitaban; les confirió
una fuerza sin igual, una resistencia física incomparable, y una furia en la
batalla que parecía no conocer límites. Era costumbre del pueblo arrancar el
esternón del primer ahogado que cayese en sus manos y tallarse un talismán con
él. El enemigo nunca dejaba de aparecer, pero ellos nunca se rendían.
Tendría muchos más problemas para acabar con él que con cualquiera de todos
los demás presentes, soldados incluidos. Aunque fuera joven, la cantidad de
veneno que tenía que hacer entrar en sus venas tenía que ser grande si quería
matarlo; y no conseguiría que muriera lo suficientemente rápido como para salir
ella con vida: no solamente su elevada constitución haría que el desgaste de su
cuerpo fuera más lento; sino que al parecer, según contaban los libros, las
heridas de los Guardianes de Marte se curaban tan rápidamente que parecía cosa
de magia. Asshai no creía demasiado en aquellas palabrerías, pero de ser
cierto; cabía la posibilidad de que su cuerpo envenenado fuera curando las
heridas que su toxina fuera creando, y magia y veneno quedasen en una lucha
continua… mientras un guerrero físicamente mucho más fuerte y temible que
Asshai, posiblemente versado en el uso del martillo y el escudo a juzgar por su
tatuaje, adquiría la oportunidad de contraatacar.
Apenas habían llegado, los soldados se habían saludado entre sí:
obviamente se conocían, podrían pertenecer al mismo destacamento. Al parecer,
dos habían acompañado a la pequeña grifo, y cuatro al guerrero. Asshai sonrió
para sí al ver que a ella la consideraban, al menos, tan peligrosa como un
Guardián de Marte.
-
¿Qué tal el viaje? ¿Ha dado problemas?-
preguntó el capitán que había viajado con Asshai a otro soldado.
-
Nah, nada. Le hicimos venir sin armas,
pero parecía de lo más dispuesto a acompañarnos. Hicieron una fiesta y todo cuando
se marchó.
-
Se alegrarían de librarse de semejante
idiota - se mofó otro- No tiene ni idea de nada. No hace más que preguntar las
cosas más estúpidas…
-
Bueno, no creo que le hagan falta
muchas luces para dedicarse a rezar el resto de su vida.
-
¿Y el grifo?- preguntó el capitán a los
del otro escuadrón.
-
También sin problemas, capitán. Está
acojonada perdida, hace todo lo que le decimos.
-
Bien. Ahora sólo falta… Ah, ya está
aquí. Atentos todos.
Asshai giró su mirada en dirección a donde se estaban girando todos los
soldados… y aguantó una exclamación al tiempo que se le abrían mucho los ojos
de golpe. La pequeña grifo dejó escapar un breve “¡iii!” que recordaba mucho a
los sonidos proferidos por los halcones, aunque sin duda era una exclamación
mucho menos fiera y bastante más atemorizada. Mientras, el Guardián de Marte sí
que soltó una exclamación de sorpresa.
“¿Qué es eso?”, pensó.
Un escuadrón de seis soldados marchaba rodeando a una enorme silueta. A
medida que se acercaba pudo ir advirtiendo que parecía una figura humana,
vestida con unos anchos pantalones raídos… pero el torso, los brazos y el
rostro que quedaban al descubierto no estaban cubiertos por piel. O al menos,
no una piel normal. Parecía más bien… como la corteza de un árbol, recorrida
por vetas y astillada en algunos puntos. Un rostro de expresión adusta se
adivinaba entre la madera, con unos ojos hundidos que los escudriñaban en
silencio.
Era enorme. Más alto que el Guardián de Marte. Debía tener unos dos
metros y medio. Asshai le llegaría a la altura del muslo. La grifo, a las
rodillas.
-
¡Dioses! exclamó el Guardián de Marte,
y preguntó sin miramientos- ¿Qué es eso?
-
Un filo- respondió Asshai en un susurro
quedo.
Aunque aún no se lo podía creer, tenía que ser aquello. El filo la miró,
y ella parpadeó incrédula. Había leído sobre ellos, pero pensaba que se
trataban sólo de leyendas.
-
Menuda panda de bichos raros nos ha
tocado- se quejó uno de los soldados con desagrado.
Se decía que en la espesura del bosque de Eden habían brotado unas
extrañas plantas que no parecían tener hojas ni raíces, que adquirían la forma
de un cuerpo carnoso, rojizo, palpitante y caliente al tacto. Que cuando llegado
su momento se abrían, brotaban de aquellos cuerpos litros de sangre y masas
informes parecidas a niños. Que cuando crecían, su piel se lignificaba, y que
parecían hombres… pero nada más lejos de la realidad. Se decía que alcanzaban
alturas de casi tres metros, que sus rostros inexpresivos parecían tallados en
madera, y que no solían llevar ropa porque no tenían genitales.
¿Cómo se habían originado criaturas tan extrañas? Por sangre y fuego,
contaban las abuelas a los niños en sus camas. Pues el cercano pueblo de Ibos
quedó arrasado por el paso del cruel ejército del Fulm de Dante. Decían que
hicieron matar a los hombres y mujeres frente a sus hijos, y que después
ahogaron uno a uno a los hijos en la sangre de sus padres. Que aquella tragedia
fue tan horrible que los animales del bosque lloraron toda la noche… y que los
hombres del Fulm, enloquecidos por lo que habían hecho, intentaron borrarlo
prendiendo fuego a todo el pueblo.
Se decía que las cenizas de los muertos, con toda su ira y su sed de venganza,
habían volado hasta el bosque de Eden. Y
que no se habían visto filos en ninguna parte hasta un año después de la caída
de Ibos. Se creía que la existencia de los filos había comenzado y estaba
movida por la venganza al fulm de Dante... y que sólo cuando el último perteneciente
al ejército de Dante hubiera caído muerto, podrían volver al bosque a morir y
descansar en paz.
A pesar de que la magia era algo muy presente en el mundo de Spyra, y
que sabía que los ahogados de Camino Blanco eran reales; Asshai nunca había
creído en las historias de los filos. Los consideraba un genial cuento para no
dormir para niños idiotas, pero dado su conocimiento de la vida (basada
fundamentalmente en averiguar maneras de cómo acabar con ella), no había creído
ni por un momento que existieran criaturas nacidas tan sólo de la venganza, sin
genitales, con piel de madera… Decían que no comían, que no bebían; que el
único fuego que los movía era la sed de venganza, y que perdían la poca cordura
que poseían cuando se nombraba a Dante o a sus seguidores.
Pero allí estaba. Frente a uno de ellos.
Si la grifo había parecido asustada por la presencia de los soldados; el
enorme filo, unas cinco veces más grande que ella, parecía aterrorizarla. El
Guardián de Marte, cuya curiosa atención se había centrado hasta ahora en mirar
con extrañeza a la grifo, pues Asshai no parecía haberle llamado la atención;
parecía observarle con rotunda sorpresa, pero no había miedo en sus ojos.
Asshai, por su parte, escudriñaba ávidamente todos los rasgos del filo. La
mirada que éste mantenía en ella carecía de expresión alguna.
-
Capitán- saludó uno de los seis
soldados que escoltaban a la criatura.
-
¿Algún problema durante el viaje,
soldado?- preguntó tras hacerle un gesto con la cabeza como respuesta.
El soldado frunció el ceño con gravedad.
-
No, señor- dijo con inseguridad- Es
decir, no nos atacó en ningún momento. Sin embargo…
Miró al filo tras él con expresión claramente agobiada, e hizo un gesto
con la cabeza para que el capitán se alejase del grupo y pudieran hablar a
solas. El hombre comprendió y, con cara de circunstancias, le siguió. Los
soldados que rodeaban al filo se alejaron de él en busca de sus compañeros, al
parecer aliviados de poder distanciarse de él.
¿Qué habría hecho aquella criatura durante el viaje para intranquilizar
tanto a los soldados? El capitán pareció sorprenderse al oír lo que el soldado
le contaba, y pronto regresaron con los demás.
-
Bien… Habéis realizado un buen trabajo-
dijo a todos los soldados- Los invocadores han llegado a donde tenían que
llegar, vuestra misión ha terminado. Tan sólo queda embarcarlos hacia la torre
de Ifrit, y nosotros seguiremos nuestro camino de vuelta a Corazón de las
Aguas.
Los soldados asintieron. Los que habían acompañado al filo dieron claras
muestras de alivio.
-
Invocadores- les llamó el capitán, y
ordenó- Seguidme.
Los cuatro obedecieron. No tenían mucha más alternativa, habiendo casi
una veintena de soldados dispuestos a asegurarse de que así sería. Además, lo
más probable es que todos estuvieran más que dispuestos; pensó Asshai. Ser un
invocador era uno de los mayores honores que a un simple mortal en Spyra podía
serle concedido. Los invocadores rezaban literalmente frente a los dioses, que
habitaban las torres. Se preguntó cómo sería Ifrit, que al parecer viajaba por
tres torres distintas situadas a lo largo de Spyra en su caminar de este a
oeste a través del cielo del mundo.
Los montaron en una barca pequeña donde les esperaba un barquero de
aspecto bastante poco aseado. Cuando se sentó en la bancada frente a él, a
Asshai le llegó su fuerte olor corporal y sintió asco. No pareció sorprendido
por las cuatro figuras; estaría más que acostumbrado a ver gente extraña si se
dedicaba a recoger a los invocadores de la torre. Sin despedida ninguna ni
mayor miramiento, el capitán de los soldados empujó la balsa con el pie para
impulsarla hacia las aguas, y el destacamento dio la vuelta mientras la orilla
se alejaba de los invocadores.
Nadie habló. No se conocían. Tampoco querían hacerlo. La grifo estaba en
la punta de la barca opuesta al barquero, hecha un ovillo tembloroso. El
Guardián de Marte la miraba y miraba al filo con el ceño fruncido, como si
intentar adivinar qué eran fuera un rompecabezas que se había propuesto resolver
y no consiguiera hacerlo. Asshai, por su parte, mantenía sus oscuros ojos
clavados en la enorme criatura con una curiosidad morbosa.
“¿Cómo puede ser? Ninguna criatura
puede no tener genitales. La vida está para generar vida. A menos que de verdad
les motive la venganza, entonces no necesitarían reproducirse para nada. La
piel de madera… ¿Habrá asimilado alguna sustancia del bosque donde creció y
ahora es él quien la genera, como nos ocurre a los Hijos de la Serpiente con el
veneno? Podría ser. Tendría sentido.
Pero ¿cómo pueden no comer? Eso sí que no puede ser. Necesito ver cómo funciona
por dentro. Si tengo la oportunidad, tengo que verlo por dentro. ¿Y cómo puede
una planta dar lugar a algo parecido a una persona? ¿Cómo alcanzan ese tamaño sin
nutrirse? No puede ser. Tengo que ver cómo funciona…”
El filo no parecía incómodo con su intenso escrutinio. Cuando se percató
de que le estaba observando, su rostro de madera se alteró; a Asshai le costó
un segundo reconocer que había alzado lo que de haber tenido pelo sería una
ceja y sonreía de medio lado. Después volvió sus hundidos ojos al agua que les
rodeaba.
Pronto la curiosidad de Asshai llegó a un punto muerto, pues no
conseguía averiguar nada. Tenía claro que, si se le daba la oportunidad, quería
echar un vistazo a ese cuerpo por dentro. Pero por el momento sus negros ojos,
como los de los demás, se perdieron en las olas que les rodeaban, y su mente
empezó a divagar sobre qué sería su vida de allí en adelante.
Si ya no sería una asesina nunca más. Si todos los días estaría en
presencia del mismísimo Ifrit, del mismísimo sol… Alzó los ojos y se los
protegió con la sombra de su mano para mirar al astro rey, que comenzaba a
acercarse tímido a la línea que el mar dibujaba sobre el horizonte. A lo lejos,
la torre de Ifrit se acercaba…
…y la luz era aún suficiente como para distinguir las decenas de barcos
que la rodeaban.
“¿Qué…?”
-
Eh- le dijo al barquero- ¿Y todos esos
barcos?
El barquero gruñó algún tipo de respuesta desdeñosa, al parecer sin
molestarse siquiera en procesar lo que le había dicho. A oír un ruido miró tras
ella; el Guardián de Marte se había puesto en pie y escudriñaba los alrededores
de la torre, mientras el pájaro había alzado un poco el vuelo también para
mirar. El filo también dirigía sus ojos a la figura que el ocaso delineaba a
partir de la torre.
-
Es verdad- dijo el joven-¡Hay barcos!
¡Un montón de barcos!
-
¿Qué…?- gruñó el barquero.
Cuando se dio la vuelta, el rostro extrañado se le desdibujó para
apoderarse de él una expresión de sorpresa. Se levantó de súbito, soltando los
remos, y se quedó mirando la flota que rodeaba la torre. Había una veintena,
una treintena de barcos al pie de la torre de Ifrit, al parecer… ¿en plena
batalla?
Un chillido rapaz de la grifo y su índice señalando el cielo les alertó.
Había un águila, un águila gigantesca, sobre la barca.
Sus plumas variaban en el rango de los tonos ocres, sus alas podían
medir fácilmente cuatro metros de punta a punta. Y no movía las alas: no
volaba, sino que parecía suspendida como mágicamente sobre sus cabezas.
“¿Qué…?”
El mundo se oscureció.
El cielo se volvió negro, el mar se volvió negro, los integrantes de la
barca se tornaron siluetas oscurecidas. Donde antes había estado el sol, ahora sólo
había negrura. Pero había una fuente de luz: una gigantesca bola de fuego;
mucho más grande que el águila, mucho más grande que la misma Torre de Ifrit;
surcando el aire a gran velocidad…
… hacia ellos.
-
¡Dioses!- gritó Asshai al darse cuenta.
La grifo chilló, alzando el vuelo.
-
¡Al agua, todos al agua!- gritó
apremiantemente el joven.
Demasiado tarde.
En el mismo instante; el enorme resplandor le dañó los ojos y le obligó
a cerrarlos, una explosión resonó por todas partes, haciendo vibrar su caja torácica
y que sus oídos comenzaran a pitar; y un golpe brutal mandó a Asshai contra el
suelo. Todo pasó tan deprisa, que no llegó a darse cuenta de cómo perdía la
consciencia.
En mitad de la oscuridad reinante, Asshai tardó casi un minuto en darse
cuenta de que estaba despierta, pero que seguía siendo de noche; y que no era
que le costara mover su cuerpo, sino que un enorme peso la mantenía apresada
contra el suelo. Se sentía extraña: intensos cosquilleos recorrían su cuerpo, y
el mundo parecía bambolearse a su alrededor. Rodeada de un intenso olor a
quemado, se obligó empujar lo que había sobre ella e incorporarse. A lo lejos
se veía un intenso fulgor.
Baluarte estaba en llamas.
En ese momento otra fuente de luz llamó su atención. De una dirección
contraria a Baluarte, como del sur… una bola de fuego surcaba el cielo
oscurecido. Asshai se agachó y se cubrió la cabeza con las manos, pero no chocó
contra ellos.
Un instante después, era de día de nuevo.
Se puso de rodillas y miró a su alrededor, desorientada. El pitido en
sus oídos disminuía, y aún desde allí en mitad del mar, cuando el viento
soplaba en su dirección le llegaba el sonido de los gritos y el estruendo de
los edificios derrumbándose en la antigua ciudad costera.
Lo primero que vio fue que su equilibrio no estaba alterado; sino que la
barca daba bandazos de un lado a otro.
Lo segundo; que el filo, la grifo y el Guardián de Marte también se
estaban levantando. Estaban visiblemente
heridos, algunos sangrando, pero con vida.
Y lo tercero, que sobre todos ellos había caído el águila gigante.
Se levantó y se alejó de ella, recelosa, sorprendida. Una de sus enormes
alas era lo que había apartado de encima suya, se dio cuenta. ¿Había sido
golpeada por la bola de fuego y había caído sobre ellos? ¿O se… había interpuesto
entre ellos y la muerte llameante? Hubiera sido intencionadamente o no, parecía
más probable la segunda opción; pues fuera del abrigo de las alas de la
criatura, el cadáver ennegrecido del barquero yacía con medio cuerpo fuera de
la barca. Los otros estaban saliendo de debajo de sus enormes y pesadas alas,
la grifo con mayor dificultad.
Asshai se arrodilló junto a la gran ave. Tenía toda la espalda
desplumada, quemada, con la piel dura y replegada; como un pollo que se ha
dejado demasiado tiempo al fuego. Estaba obviamente muerta. Haciendo caso omiso
de cuánto le dolía la cabeza por el golpe contra la madera de la balsa, empezó
a palpar la parte inferior del águila y se hizo con tres largas plumas suyas.
Sabía que partes de maravillosas criaturas y monstruos eran muy útiles en la
elaboración de pociones y la fabricación de armas y equipo. Igual podría
conseguir algo a partir de ellas.
-
¿Qué… qué ha pasado?- preguntó la
grifo, con una voz aguda quizá por el miedo, quizá porque fuera así. Tenía un
acento raro, como si conociera el lenguaje común, pero se le escapara un poco
la pronunciación2.
-
No lo sé… - respondió el guerrero.
Mientras los demás se quedaban mirando atónitos el cadáver del águila, o
lo que quedaba de Baluarte, o el sol que había vuelto mágicamente a su sitio
como si nada hubiera ocurrido; Asshai se acercó al barquero muerto. Verificó sin
dificultad que había fallecido: toda su espalda y un lateral de su cuerpo se
habían calcinado al instante, le faltaba el pelo de media cabeza, y no tenía
pulso ni signo ninguno de respiración. Y si olía mal vivo, era peor todavía
captar su olor corporal mezclado con el de la carne y el pelo quemados. No
quería estar en aquella barca cuando empezara a pudrirse. Sin dudar un
instante, la niña se puso a registrar el cuerpo.
-
¿Qué haces?- oyó que le preguntaba la
grifo.
Hizo como que no la oía. Quizá tuviera algo útil, unas llaves, dinero…
algo. Pero no. No parecía llevar nada encima aparte de sus ropas…
Habían quedado a medio camino entre la ciudad costera, ahora en llamas,
y la torre de Ifrit; en cuya base la batalla naval continuaba. Si bien
demasiado lejos como para percibir detalles concretos, podían ver los barcos
maniobrar y los sonidos de la pelea.
¿Qué estaba pasando? ¿Estaban atacando la torre de invocación? Pero
lo que más inquietaba a Asshai era, ¿cómo era que se había apagado el sol,
siquiera por un instante? ¿Ifrit había abandonado los cielos… para lanzarse
contra ellos? ¿O simplemente habían estado en el lugar equivocado? ¿Había sido
acaso el sol aquella bola de fuego? ¿Se estrellado contra Baluarte, había sido
eso lo que provocase que la ciudad ardiera? Si había sido así, ¿cómo es que la
bola de fuego parecía haber regresado después a los cielos desde el sureste,
casi como… desde el Archipiélago de Friedrich?
De pronto junto a ella el barquero se movió, y de la sorpresa cayó al
suelo con una exclamación. El barquero se incorporó y se puso de pie.
-
Aj- se quejó despreocupadamente, con
una actitud relajada frente a lo que para él parecía ser una simple
inconveniencia- Menudo cuerpo me ha tocado.
Le miraron bloqueados, Asshai no entendía nada. No podía ser. Estaba
muerto. Ella sabía cómo era un cuerpo muerto. Estaba muerto. Había estado
muerto, al menos. Estaba segura…
Además, el águila había desaparecido. Por completo. No sabía cuándo
había dejado de estar allí, pero ya no estaba. Asshai metió una mano en el
bolsillo donde había guardado sus plumas: estaba vacío…
-
¿Qué ha pasado?- preguntó la grifo otra
vez. Igual de agudo. Debía ser su voz de verdad.
El tipo les miró, con la mitad del rostro y del cuerpo quemados.
-
No os preocupéis- le dijo.
Con total parsimonia, pasó ambas piernas fuera de la barca, y caminó
sobre las aguas como si de la tierra más firme se tratara. Se puso junto al
extremo de la barca y bajó una rodilla al suelo. Al agua, más bien. Y susurró,
inequívocamente hacia las olas:
-
Sé que puedes oírme… Échame una mano.
Se volvió a levantar, puso ambas manos sobre
el extremo de la barca, y la empujó. Se deslizaron sobre el agua a toda
velocidad, alejándose de él, mientras él se daba la vuelta y echaba a andar
sobre el agua en dirección a la torre y a la batalla naval.
Tardaron casi un minuto en que la barca detuviera su avance. Parecían ir
hacia la orilla, hacia la destruida Baluarte. Se miraron entre sí. El barquero
se había perdido en la lejanía.
-
¿Qué hacemos?- preguntó Asshai.
-
No podemos quedarnos aquí- dijo el
filo. Su voz era bastante grave, pero no tanto como para no parecer humana.
-
Estamos más cerca de la orilla que de
la torre. Ayúdame con los remos- dijo el joven guerrero.
Pero antes de que pudieran sentarse en las bancadas la grifo, que se
mantenía volando un poco por encima de la barca, emitió un chillido señalando
abajo.
Cuando miraron al agua, vieron una gran sombra bajo la superficie del
agua.
Todos se quedaron paralizados unos instantes, hasta que la sombra pasó
de largo. No sabían qué era, ni qué tamaño aproximado podría haber tenido; pero
era grande y parecía que se dirigía a la batalla al pie de la torre del dios.
-
Vamos- apremió el Guerrero de Marte.
Filo y guerrero se sentaron en las bancadas y comenzaron a remar;
mientras la grifo, cansada, se posaba en el centro de la barca como evitando
los bordes, y Asshai se puso junto a ella por las mismas obvias razones.
Con un crujido gimiente, aún en la lejanía, la torre de Ifrit comenzó a
inclinarse, inclinarse… Hasta caer hecha pedazos a plomo sobre las aguas, que
se partieron en dos altísimas olas a su encuentro.
-
Dioses…- murmuró el joven guerrero.
Se quedaron mirando la torre derruida… a la que se suponía que tenían
que haber ido.
Hasta que un fortísimo golpe hizo estremecerse el fondo de la barca.
Todos soltaron una exclamación y se miraron con gestos de alarma. La barca
crujió peligrosamente, ya dañada por el impacto del águila sobre ella. Bajo ellos,
una sombra inmensa oscurecía el mar. O esta vez era mucho más grande, o estaba
mucho más cerca de la superficie.
Con el siguiente golpe, el fondo de la barca se desmoronó y cayeron al
agua.
Durante unos instantes Asshai chapoteó descoordinadamente, asustada por
lo que pudiera haber en el agua; hasta que un brazo salió a su encuentro y se
agarró a él. El joven guerrero le tendía una mano.
-
¿Dónde está?- preguntó, asustada.
Miró en todas direcciones, pero la sombra parecía haber desaparecido de
nuevo. Por el momento. No quería seguir un minuto más en aquel mar.
-
¿Crees poder nadar hasta la orilla?- le
preguntó el Guardián de Marte.
-
No- respondió. Ni su forma física era
demasiado fibrosa, ni nadar una de sus mejores habilidades.
-
Pues súbete a mi espalda, vamos.
-
¡Tranquila, tranquila!- decía el filo,
más allá- No voy a hacerte daño: te lo prometo. ¡Voy a sacarte del agua!
-
¡Va… Vale!
Asshai obedeció. A su lado, la grifo jadeaba asustada y se agarraba a la
parte de atrás de la cabeza del filo.
Y nadaron a toda prisa hasta la orilla.
Afortunadamente, nada les atacó durante su camino a tierra. Asshai
vigilaba continuamente su espalda, pero nada se adivinaba entre las cada vez
más oscuras aguas. Cuando alcanzaron tierra, era prácticamente de noche. Quizá
arrastrados por la corriente, quizá desubicados por la semioscuridad; habían
acabado por salir a la orilla más allá de Baluarte, en un bosque a unos
centenares de metros de la ciudad.
El joven guerrero bajó a Asshai de su espalda y la dejó en el suelo.
Todo el trayecto, la asesina había pensado en la fábula del escorpión y la rana.
Por una parte, aquello le hacía sorprenderse de sobremanera por la ayuda y confianza
ofrecidas a quien por su aspecto era obviamente un asesino ponzoñoso. Por otra,
le había hecho procurar que la sangre de los rasguños que el golpe del águila
le había provocado no rozara los del guerrero... o hubieran acabado los dos
bajo las aguas. El veneno sería su naturaleza, pero no era idiota perdida3.
-
Gracias. Muchas gracias- le dijo al
llegar.
-
De nada- respondió él, mirando cómo los
otros llegaban también a tierra sanos y salvos.
-
¿Estás bien?- preguntó el filo a la
grifo.
-
S-sí…- balbuceó ella.
Todos estaban jadeando por la carrera. Se sentaron en la arena unos
instantes.
-
¿Estáis heridos?- preguntó el guerrero.
-
Un poco- admitió la asesina.
-
Puedo… puedo curaros un poco- dijo
tímidamente la grifo- Estas algas… eh...- dijo cogiendo un matojo verde oscuro de la
orilla de la playa- … puedo usarlas para serrar heridas, cortes. Son… buenas… para las
heridas.
-
Bien, eso está bien- dijo el Guardián
de Marte, y sus ojos se perdieron en el lejano resplandor naranja que era
Baluarte- Luego iremos para allá, a ver qué ha pasado…
Sin mayor dilación, la grifo cogió un par de piedras y se puso a
machacar las algas que Asshai le encontró por la playa en la creciente
oscuridad. La asesina, mientras, planeaba su próximo movimiento. Aquella gente
no significaba nada para ella. Lo importante era su misión. Pero su misión… era
ir a una torre que se había destruido. No sabía cuál era el siguiente paso a
seguir. Quizá debía regresar a Hija de la Serpiente y esperar allí
instrucciones. Pero no tenía dinero, medio de viaje, o provisiones para el
trayecto.
Siseó cuando la grifo aplicó el ungüento sobre los rasguños de su cara y
su brazo, tras advertirla de que no tocase su sangre en la medida de lo
posible. El Guardián de Marte y el filo ya habían sido tratados. La fascinó ver
cómo el hombre árbol sangraba; aunque en la creciente oscuridad no pudo ver si
el fluido que salía de él era rojo como la sangre, verde como la savia, o ámbar
como la resina.
-
Deberíamos ir a Baluarte- dijo el
Guardián.
-
Voy contigo- dijo el filo.
-
Iremos delante- sentenció el joven
hacia las dos féminas- Nos vemos allí.
Y desaparecieron en la espesura.
Asshai alzó una ceja, despreciativa. ¿Acaso creía que lo iba a seguir
sin más? En cuanto la grifo acabase de curarla, se marchaba. Ya vería más
adelante qué podía hacer…
-
Ya está- anunció la pequeña criatura.
-
Gracias- respondió Asshai.
La asesina no pudo evitar darse cuenta entonces de que la grifo
continuaba con todos sus rasguños. Había decidido curarse la última. Se extrañó
de sobremanera al ver cómo guardaba en un paño lo que quedaba de algas
machacadas y lo guardaba.
-
¿No vas a curarte?- preguntó
sorprendida.
-
No… Los chicos pueden nesesitarlas más tarde... O puede que allí haya heridos… Lo nesesitarán más que io...- dijo
mirando anhelante el lejano resplandor de las llamas.
Algo en el interior de Asshai se agitó. Parte de sí no entendía la
estupidez de aquella criatura, que se preocupaba por gente que no conocía o que
incluso no había visto, más que por ella. Otra parte de sí sintió lástima por
que el guerrero y el filo hubieran dejado sola a aquella cosa indefensa.
Y decidió acompañarla a la ciudad. Tan sólo hasta allí. Y así podría ver
qué había pasado, y decidir entonces qué hacer. De todas maneras, carecía de
medios para el viaje. Quizá podría obtener dinero o algo útil de los cadáveres.
Y quizá el Imperio agradeciese un informe acerca de lo ocurrido.
-
De acuerdo. Vamos para allá.
-
Yo pensaba ire volando…- dijo
dudosamente la alada criatura.
-
Ve volando. Yo iré por el bosque. Puede
que me pierdas de vista, pero nos vemos allí.
-
Vale… Di acuerdo.
La grifo aleteó un par de veces y con un saltito se elevó en el aire.
Casi inmediatamente, Asshai empezó a deslizarse sigilosamente de sombra en
sombra a través del bosque en dirección a lo que minutos antes había sido la
floreciente Baluarte.
Llamas. Las llamas lo consumían todo, refulgían con fiereza y ahogaban
los gritos de los hombres que lanzaban órdenes y se afanaban de un lado a otro
con cubos de agua, cargando heridos, gritando de desesperación, buscando a
gente con la mirada.
Asshai permaneció en el linde del bosque, limitándose a observar por el
momento. Los habitantes parecían haberse reunido en un extremo del desastre, juntos
como una manada asustada. En un lugar, la gente depositaba objetos rescatados
del fuego. A otro llevaban a heridos de distinta gravedad; había una pareja de
personas trasteando con ungüentos y con un pequeño caldero burbujeante puesto
sobre una hoguera que palidecía brutalmente frente al fuego que aún consumía
las casas. Con ellos estaba la grifo, al parecer ayudando a curar quemados
gimientes. A otro lado, más alejado, habían apilado docenas de cuerpos muertos.
Sigilosamente, la niña se dirigió hacia allí. Un rápido vistazo le
reveló las típicas muestras de muerte por fuego: el aspecto, el olor… Normalmente
se detenía a observar los cadáveres, a fin de aprender más; pero no quería que
los pueblerinos la descubrieran. Lo más rápidamente que pudo, registró unos
cuantos cuerpos. Aparte de un par de monedas y de objetos para ella inservibles
no encontró nada, hasta que dio con un tipo que tenía lo que quería: un arma.
Una daga.
Se la guardó en el interior de la camisola, regresó al bosque, y ya
lejos de miradas indiscretas hizo lo que siempre hacía con cada filo que caía
en sus manos: acariciando su antebrazo con él, se hizo una serie de cortes poco
profundos. La sangre envenenada manó de ellos y bañó la hoja de metal. A partir
de entonces, incluso después de que la sangre se hubiera secado sobre el filo
de la daga, todos los cortes que realizase con aquel arma envenenarían al
objetivo de su ataque. Envainó la daga, se apretó un instante fuertemente con
la otra mano, y un par de segundos después los cortes habían parado de sangrar.
Finalmente dio un rodeo y salió por donde el pueblo estaba reunido.
Muchos se giraron a mirarla, quizá preguntándose de dónde había salido,
o quién sería. Había un tipo de pelo bastante entrecano dirigiendo a distintos
grupos. Algunos traían agua del mar en una cadena, otros entraban rabiosamente
en las llamas posiblemente a rescatar gente u objetos útiles, otros simplemente
miraban las llamas con desesperanza. Un hombre fuerte con una cuidada barba y
que hacía tiempo que había empezado a perder pelo permanecía con actitud
protectora frente a una mujer que llevaba un rodillo en la mano. Dirigiendo la
cadena de cubos de agua estaba el tipo que antes había estado afinando el arpa
junto al camino. Las tres prostitutas que había visto por el camino lloraban de
miedo, mientras una mujer madura las intentaba consolar. Muchas otras personas
lloraban por la desesperación, la rabia, o por ambas.
-
Sé cómo hacer pociones- dijo al llegar
hasta a la pareja que curaba heridos junto a la pequeña grifo- Puedo ayudar.
La miraron un instante. Por cómo cambió la mirada de la mujer, supo que
había reconocido la marca de su rostro, y por tanto, lo que era. Pero asintió y
le tendió un mortero y un puñado de hierbas curativas; sin quitarle el ojo de
encima, pero sin echarla de allí. Aquel simple gesto hizo que se ganase su
respeto.
Mientras empezaba a mezclar con un poco de agua lo que había machacado,
aparecieron de entre las llamas el filo y el Guardián de Marte. El filo traía a
dos personas sobre sus hombros; el guerrero a una y en la otra portaba lo que
podía haber sido una puerta una vez y que ahora parecía usar como escudo frente
a las llamas, por lo chamuscado que estaba. Dejaron a los heridos junto a los
curanderos, y se detuvieron a coger aliento.
-
Gracias, invocadores- dijo el hombre de
pelo entrecano acercándose- A todos vosotros… No nos conocéis y aquí estáis,
ayudándonos… ¿Cómo os llamáis?
-
Soy Phobos, Guardián de
Marte.
-
Asshai de la Serpiente- dijo Asshai,
alzando los ojos hacia él un instante.
Oyó las exclamaciones de algunos pueblerinos, vio el rechazo en los ojos
de otros. El tipo al que atendía pareció asustarse bastante al oír aquello.
-
Naussyca- dijo tímidamente la grifo.
-
Runak- gruñó quedamente el filo.
-
Pues gracias… Phobos, Asshai, Naussyca
y Runak. Gracias por vuestra ayuda.
-
Es lo menos que podemos hacer-
respondió el tal Phobos.
-
Tranquilo, Joseph. La estoy vigilando,
no hace nada raro- decía la mujer que curaba al herido que empezaba a querer
levantarse y alejarse de Asshai. La mujer la miró y sonrió de medio lado- Soy Eduvigis
Foma.
-
Yo Dalmacio Foma- dijo el hombre que
trajinaba a su lado.
Asshai asintió, en señal de reconocimiento y respeto.
-
No queda nadie, Zacarías- dijo el
arpista al tipo de pelo entrecano- Todos están aquí… vivos, o muertos.
-
Maldita sea… Maldita, ¡maldita sea…!-
exclamó el hombre apretando los puños.
El montón de cadáveres era bastante más grande que el puñado de personas
que se hacinaban todas juntas mirando las llamas desde el bosque. La pena hacía
presa de muchos de sus rostros. Unos cuantos hombres empezaron a acercarse al
tal Zacarías, incluido el tipo que había junto a la mujer del rodillo y la
mujer madura que antes consolara a las prostitutas.
-
¿Qué hacemos, Zacarías?
-
No podemos quedarnos aquí. Las llamas
lo han consumido todo.
-
Es nuestro hogar…
-
Aquí no nos queda nada. Tan sólo la
gente que ha sobrevivido.
-
Zemet tiene razón. Tendríamos que
esperar a que las llamas se apaguen; dado su origen obviamente mágico, puede
que no se apaguen nunca. ¿Y luego qué? ¿Reconstruir sin recursos, sin comida?
¿Y si vuelve a pasar? No sabemos qué lo ha provocado. No, tenemos que conseguir
algún refugio… Y si eso, y a volveremos más adelante.
-
¿Irnos? ¿A dónde? ¿A Boletaria?
Era obvio que se trataba de una mofa. Todo el mundo sabía que la ciudad
de Boletaria estaba maldita desde hacía años.
-
El Imperio tardará semanas en averiguar
que esto ha pasado, a pesar de que enviemos mensajes. No podemos irnos muy
lejos si queremos que nos contacten cuando averigüen algo, y si nos quieren
mandar ayuda.
-
Ni si queremos que los niños aguanten
el camino.
-
¿Cuántos niños quedan, Monique?
-
Casi todos. Estaban en clase con Tomas.
Sus padres… Bueno, muchos quedarán huérfanos.
-
Joder… Maldita sea, ¿por qué ha tenido
que pasar esto?
-
Centrémonos. Podemos ir al estrecho de
Gilderoy.
-
¿A la fortaleza del viejo Gilderoy? ¿A
ver a ese viejo huraño? Laroche, no…
-
No nos dará la espalda, no a todo el
pueblo. Y en sus tierras hay sitio de sobra para darnos cobijo a todos.
-
¿Tenemos acaso otro sitio al que ir? Si
no nos acoge, seguiremos avanzando hacia el continente. No perdemos nada por
empezar a movernos.
-
Estoy de acuerdo. Enterremos a los
nuestros, y vayámonos de este lugar de pesadilla.
-
¿Monique?
-
Sí… Otro lugar. Igual las chicas pueden
dar un cambio a su vida allí.
-
De acuerdo.
-
¿Y qué pasa con los invocadores?
El hombre que parecía llamarse Zacarías se giró hacia ellos un instante.
-
No los conocemos. De nada. Pero nos han
ayudado.
-
Son niños, Zacarías. Al menos, casi
todos lo parecen. No podemos dejarlos aquí…
-
¿No deberíamos ser prudentes? Aquella
es una Hija de la Serpiente. Y esa otra cosa grande ni siquiera sé lo que es.
-
Han entrado en el fuego a rescatar a
nuestros amigos y a nuestros muertos. Y a curarles.
-
Ya lo sé, ya lo sé. Pero…
-
Son asunto del Imperio, Monique.
-
Son asunto de la torre. Y la torre ya
no está. No tienen adónde ir.
-
Vale… Pues que vengan. Nos los
llevamos… Y ya el Imperio nos dirá qué se hace con ellos cuando lleguen sus
emisarios.
-
De acuerdo.
-
Sí…
El tal Zacarías se giró hacia el resto del pueblo.
-
Vamos a marchar hacia el estrecho de
Gilderoy, en busca de refugio en una antigua fortaleza casi deshabitada. Al
menos tendremos techos sobre nuestras cabezas, y allí planearemos qué hacer más
adelante.
Entre la gente que allí quedaba se vieron asentimientos de conformidad,
o total indiferencia por lo que decía por estar aún sumidos en llanto. Zacarías
se volvió hacia Asshai y los demás entonces.
-
El viaje es más seguro si vamos todos
juntos. Invocadores, ¿deseáis uniros a nosotros?
Asshai miró a la grifo, que presionaba una herida con aire preocupado; y
al filo y al guerrero que tenían detrás.
¿Qué quería hacer ella? Seguía sin saber qué había ocurrido… Si se
marchaba, podían pensar que había desertado; sobre todo si no conseguía
regresar a Hija de la Serpiente. No aceptaría tal deshonra. No tenía otro sitio
a donde ir…
-
Por mí, de acuerdo- dijo el guerrero,
arrodillándose junto a ellas.
-
Por mí también- dijo la asesina.
- Io… vale. Vale- balbuceó Naussyca.
-
Bien…- rumió Runak desde las
alturas.
Phobos volvió a levantarse y se dirigió hacia Zacarías y todos los que
había tras él, con las llamas de Baluarte todavía a su espalda.
-
De acuerdo. Os acompañaremos, pueblo de
Baluarte. Iremos con vosotros.
Siguiente: 2. Ha vuelto (primera parte)
1 ¿No es raro que un tipo vestido con pieles lleve algo de plata? Esa hebilla luego tiene su importancia :)
2 La chica que lleva el personaje de Naussyca es italiana, y me parece muy adorable que la grifo tenga su acento y su pronunciación rara de algunas palabras (Yergonán en lugar de Jergonán es de mis favoritas ^^) como signo de que los grifos son un pueblo cerrado no acostumbrados a tratar ni comunicarse con los de fuera :) .
3 La fábula del escorpión y la rana, en la que un escorpión le pide ayuda a una rana para cruzar un río montada en su espalda. La rana duda, pues no sabe si el escorpión aprovechará para picarla; y el escorpión le razona que si hace eso, ambos se ahogarían. La rana acepta llevarla, pero por el camino, el escorpión le pica. Mientras la rana se muere y ambos se van hundiendo, la rana le pregunta por qué le ha picado, si también significa la muerte del escorpión. "No puedo evitarlo", le responde pesarosamente, "Es mi naturaleza". Al menos esa es la fábula que todo el mundo conoce. En el Clan del Escorpión de los samurais de La Leyenda de los Cinco Anillos, el final de la fábula está cambiada. Lo que responde el escorpión es: "Ah, ranita. Pero yo sé nadar".
Fue una gran partida, pero después de darle tu toque queda mucho más épico xD Me encanta cómo has diferenciado a los personajes nada más empezar. No se sabe nada de ellos prácticamente, pero ya se va viendo cómo son cada uno. Me gusta mucho cómo has hecho los pensamientos de Asshai, siempre enfocados de la misma manera y siendo incapaz de entender lo que hace la gente a su alrededor por que no tiene sentido para ella.
ResponderEliminarY por fin queda claro lo que pasó en la barca!! xD menudo jaleo teníamos todos. No me había fijado en el detalle de que sea Laroche quien diga lo de ir al estrecho de Gilderoy ^^ Ahora tiene mucho sentido.
La conversación final ha quedado genial y me gusta más como la has dejado ahora :)
Eres una artista! A ver si sigues escribiendo las escenas épicas que me encanta!! :D
Gracias oniichan (Runak :P). Ya sabes que al principio Asshai es una asesina sin corazon. Me gusta la idea de ir mostrando el cambio que va sufriendo con el tiempo. Jeje, lo de que sea Laroche quien proponga ir al estrecho de Gilderoy la verdad es que no recuerdo que pasara, es algo que he metido yo porque me daba la gana. Me gusta mucho meter detallitos asi, y que mas adelante uno diga "aaahh por eso dijo eso en ese momento" xD Como tu acabas de hacer! Pero me da la impresion de que Javi tan solo dijo algo asi como "deciden ir para alla". Pero a mi me gusta asi ^^
EliminarAh!! Y se que a todos nos salio mal la tirada de Sentido Agudo y no vimos en ningun momento la sombra del bicho bajo la barca, ni a la ida ni a la venida... Pero tio, habia bicho y mola mucho mas que lo vean y se asusten xD Javi me dio permiso para ponerlo. Tu y yo ya sabemos que bicho es :P Putas tramas enredadas de Javi....
EliminarxDDD pues si Javi te da permiso perfecto. Para escribirlo mola más poner esos detalles :p y que nos salgan pifias en el dado no es motivo para no ver una sombra gigantesca debajo nuestra xD
EliminarJajajaja, ya sabemos lo que es ese bicho, pero las cosas que queremos saber ya, aun no tenemos ni idea xD Quiero partida ya!! xD
Y yooo y yooo jajajaja ^^
EliminarRealmente si que tendriamos que no haberla visto xD No tengo tan claro por donde seguir ahora. No se si me convence el camino al estrecho de Gilderoy, no me apetece mucho, pero tampoco estaria mal ver el primer ataque de esas cosas y la llegada de vincent y como nos recibe el viejo. Pero como tp m acuerdo... Ñe. O igual salto directamente a que vivimos en el asentamiento y se nos revela el Circulo :)
Me gusta!
ResponderEliminarPues si al master le gusta, objetivo cumplido ^^ Eso significa aue no me he inventado nada de mas ni puesto nada mal. Gracias por todo lo que me has ido contestando, y perdona por tantas preguntitas! ^^ Gracias por el rol tan alucinante que estas montando!
EliminarHas hecho honor a lo que me contaste, MOOOOOla Aunque me lo contaste tan rápido que ahora he podido entenderlo.
ResponderEliminarMe ha molao el momento..".Soy tan temible como el guardián de Marte, me han asignado cuatro sol....sol...sol.....¿¡Que es eso que viene escoltado por seis soldados!?
Se te da mejor escribir de lo que pensé :P